El día anterior había sido largo y cansado, en esta ocasión planeamos la jornada algo más relajada. Nuestro hotel en Zamora era el Parador, ubicado en un antiguo palacio renacentista del siglo XV. El desayuno se servía en un elegante salón con vistas sensacionales a la piscina y al Duero. Una maravilla. Desde allí partimos en coche a Miranda do Douro, una pequeña población portuguesa fronteriza. Pocas fronteras geográficas hay más eficaces que los ríos. A un lado Portugal, al otro España.
La verdadera razón de visitar Miranda do Douro en realidad era la Estación Biológica Internacional, que está en la parte portuguesa del río Duero. Para sacar las entradas por Internet teníamos que haberlo hecho con más antelación, pero preguntamos por teléfono y nos dijeron que quedaban bastantes, que si llegábamos con antelación no tendríamos problemas, aunque nos advirtió que no nos durmiésemos. Llegamos a la taquilla para comprar las entradas con tiempo suficiente antes de la hora prevista de la visita y resultó que compramos las últimas cuatro entradas a la venta para esa mañana. ¡Vaya suerte!
El paseo en crucero panorámico por el Duero es extraordinario. Primero, antes de partir, te explican lo que vamos a intentar ver y te indican dónde poner atención para poder contemplar la fauna y la vegetación propia de la zona: nutrias, águilas, búhos... Lo explican dentro del barco para que una vez que salimos al exterior mantengamos el máximo silencio posible para respetar el entorno. Solamente el paseo entre desfiladeros en aguas del Duero ya merece la pena.
Después del paseo en el amplio crucero panorámico nos llevaron a una piscina adaptada donde se realizaron demostraciones de aves que resultó ser muy interesante. Los niños pudieron participar dando de comer a los patos, o en el caso de Miguel que pudo sostener un ave rapaz, que ahora no recuerdo. A ellos le gustó incluso más que el paseo por el Duero.
No muy lejos de allí está la localidad portuguesa Miranda do Douro, que aunque es un municipio pequeño tiene un buen número de lugares de interés turístico como son la Catedral del s. XVI, o el Castillo del s. VIII. Tantos siglos llevaban allí que podrían esperar a que nosotros repusiéramos energías en un restaurante que nos habían recomendado. El Restaurante O Mirandés. Tuvimos que esperar un rato para obtener mesa pues había cola para almorzar allí. Lo cierto es que la espera mereció la pena.
Del Castillo queda poco más que unas murallas maltratadas por el inevitable paso del tiempo. La hora, el calor y la fecha provocó que no hubiera nadie más por las calles. Sólo estábamos nosotros cuatro, algún despistado y el Lorenzo vigilándonos incansablemente desde un cielo completamente despejado. La Catedral, en algunos sitios denominada como Concatedral de Miranda do Douro estaba cerrada y no pudimos acceder pero la rodeamos y visitamos las ruinas del antiguo Palacio Episcopal, que estaban bastante cuidadas y el entorno es precioso. Bajamos al centro callejeando por calles empedradas hasta lo que debe ser la plaza principal. Allí estaba el Ayuntamiento y en medio de la plaza peatonal una pareja de esculturas representando las vestimentas típicas regionales. Nuestra visita a Miranda llegó a su fin y nos montamos en coche en dirección a Zamora.
El parador de Zamora goza de piscina y Pepi y los niños llevaban un tiempo con ganas de tirarse al agua. Bueno, Pepi tenía más ganas de tirarse a la hamaca a leer tomando el sol. Yo, en cambio, me tumbé pero en la habitación con el aire acondicionado puesto a recuperar la siesta que alguno se había echado en el coche en el camino de Mirada do Douro a Zamora. Al final de la tarde también me di un chapuzón.
Ya ven que fue un día más reposado de lo habitual. Nos duchamos y salimos a picar. Primero unos pinchos en El Lobo, y después en El rincón de la Abuela. Los dos estuvieron bien. Un helado en la Heladería La Veneciana, que además se empeñó a invitar Miguel, que había traído una buena parte de sus ahorros y después de dar un paseo para bajar tanto que habíamos comido, fuimos a descansar a los góticos aposentos del Palacio.
El paseo en crucero panorámico por el Duero es extraordinario. Primero, antes de partir, te explican lo que vamos a intentar ver y te indican dónde poner atención para poder contemplar la fauna y la vegetación propia de la zona: nutrias, águilas, búhos... Lo explican dentro del barco para que una vez que salimos al exterior mantengamos el máximo silencio posible para respetar el entorno. Solamente el paseo entre desfiladeros en aguas del Duero ya merece la pena.
Después del paseo en el amplio crucero panorámico nos llevaron a una piscina adaptada donde se realizaron demostraciones de aves que resultó ser muy interesante. Los niños pudieron participar dando de comer a los patos, o en el caso de Miguel que pudo sostener un ave rapaz, que ahora no recuerdo. A ellos le gustó incluso más que el paseo por el Duero.
No muy lejos de allí está la localidad portuguesa Miranda do Douro, que aunque es un municipio pequeño tiene un buen número de lugares de interés turístico como son la Catedral del s. XVI, o el Castillo del s. VIII. Tantos siglos llevaban allí que podrían esperar a que nosotros repusiéramos energías en un restaurante que nos habían recomendado. El Restaurante O Mirandés. Tuvimos que esperar un rato para obtener mesa pues había cola para almorzar allí. Lo cierto es que la espera mereció la pena.
Del Castillo queda poco más que unas murallas maltratadas por el inevitable paso del tiempo. La hora, el calor y la fecha provocó que no hubiera nadie más por las calles. Sólo estábamos nosotros cuatro, algún despistado y el Lorenzo vigilándonos incansablemente desde un cielo completamente despejado. La Catedral, en algunos sitios denominada como Concatedral de Miranda do Douro estaba cerrada y no pudimos acceder pero la rodeamos y visitamos las ruinas del antiguo Palacio Episcopal, que estaban bastante cuidadas y el entorno es precioso. Bajamos al centro callejeando por calles empedradas hasta lo que debe ser la plaza principal. Allí estaba el Ayuntamiento y en medio de la plaza peatonal una pareja de esculturas representando las vestimentas típicas regionales. Nuestra visita a Miranda llegó a su fin y nos montamos en coche en dirección a Zamora.
El parador de Zamora goza de piscina y Pepi y los niños llevaban un tiempo con ganas de tirarse al agua. Bueno, Pepi tenía más ganas de tirarse a la hamaca a leer tomando el sol. Yo, en cambio, me tumbé pero en la habitación con el aire acondicionado puesto a recuperar la siesta que alguno se había echado en el coche en el camino de Mirada do Douro a Zamora. Al final de la tarde también me di un chapuzón.
Ya ven que fue un día más reposado de lo habitual. Nos duchamos y salimos a picar. Primero unos pinchos en El Lobo, y después en El rincón de la Abuela. Los dos estuvieron bien. Un helado en la Heladería La Veneciana, que además se empeñó a invitar Miguel, que había traído una buena parte de sus ahorros y después de dar un paseo para bajar tanto que habíamos comido, fuimos a descansar a los góticos aposentos del Palacio.
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