Ya han pasado prácticamente las fiestas navideñas. Ha sido algo intermedio entre una bocanada de aire fresco y un cálido suspiro. Ahora llega irremediablemente el momento de colocar los regalos recibidos por los rincones de la casa: situar la nueva botella de whisky escocés de malta justo detrás de la que ya está llegando a su fin. Encontrar sitio adecuado a los libros nuevos junto a los que tenemos, no siempre es tarea fácil. Sustituir las alpargatas impecables por las viejas que ya hacía tiempo que habían desmullido de su abrigo interior. Guardar con mimo ese par de entradas de teatro, que harán la espera hasta la fecha, si cabe, un período más ilusionante.
Los regalos son eso. La ilusión confirmada en hecho. Bien un libro que nos aportará un tiempo íntimo viviendo otras vidas, o bien una obra de teatro, o un concierto que nos permitirá soñar en la imaginación. Lo más cercano a vivir el momento, el carpe diem instantáneo. Evadirnos de un presente que nos gusta y agrada pero que aspira a mejorar a través del arte. Es posible que saber disfrutar del arte sea algo natural y puede que sea en realidad lo que más nos diferencie del resto de los seres vivos, pero les aseguro que también tiene una cantidad bastante significativa de aprendizaje.
La emoción de los sentimientos al escuchar una canción, al leer una poesía, al terminar un libro, al ver una película que nos emocione o al contemplar un cuadro o una estatua, o el simple aletear de una cigüeña al abandonar sus polluelos en el nido, puede producirnos unos sentimientos que son posiblemente el mayor regalo de la vida.
No es necesario buscar mucho para encontrar el arte a nuestro alrededor. Sólo hay que saber cómo y dónde mirar.
Saber gozar de placeres sencillos es en realidad un signo natural de inteligencia. Los amaneceres anaranjados, el cielo estrellado, el frescor de la brisa matutina en la cara, el intenso jugo de la fruta madura, el refrescar del agua para saciar la sed, el sueño y el despertar, caminar en silencio o en compañía, la poderosa contemplación de un campo plantado de chopos, un niño durmiendo o jugando o riendo, una abeja obrera sobre una margarita. La belleza está en todas partes, sólo hay que saber apreciarla. Abran sus sentidos y busquen sus regalos.
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