
Un buen día de hace ya bastantes años, mi madre me comentó que iba a ir en tren a Málaga, supongo que a visitar a sus padres -mis abuelos-, y me preguntó si yo le podía ofrecer un libro que fuese manejable y que le amenizara el tiempo del trayecto. No recuerdo exactamente el número ni las novelas, pero le puse unas cuantas por delante. Ella seleccionó ésta. Le dije que no la había leído pero que, bueno, era un clásico.
Lo leyó en ese día, no era necesario más. Me dijo que le gustó y que me lo leyera cuando llegaran las vacaciones, porque yo por aquella época estaba metido en estudios. Por una cosa o por otra ese día no llegó hasta esta fecha, y aunque he tardado mucho, creo que ha sido buena cosa leerlo ahora y no entonces.
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