Suelo ver las series a toro pasado, sin riesgos, quiero decir que las veo cuando ya llevan un tiempo emitiéndose, o incluso ya han finalizado y puedo tener una perspectiva más acertada de si una serie me agradará o no. No me atrae mucho eso de meterme en una serie que no sé bien de lo que va, aunque algunos casos también hay. Tampoco me gusta ser esclavo de la rigidez de la programación de las series. No quiero estar pensando que el siguiente capítulo se emite tal día y que ese día hay que estar sentado a tal o cual hora frente al televisor para no perderme el capítulo. No tengo esa ansia por la novedad, ni por estar al día, y la tecnología hoy día me permite relajarme en ese aspecto.
De manera que en raras ocasiones veo algo en estreno de televisión. Pero como todo tiene su excepción la segunda temporada de Fargo ha sido una de esas. Cada fin de semana, o sino el lunes como muy tarde, mi santa y yo nos sentábamos en el sofá por la noche dispuestos a disfrutar del capítulo que se había estrenado en la semana anterior. Ni sé el canal ni sé el día ni la hora, pero sé que cada semana teníamos un capítulo nuevo en el menú de series del paquete digital. No podría decirse que es ver algo en estreno pero casi.
La segunda temporada de Fargo ha sido una grata sorpresa. No voy a escribir mucho sobre ella porque no me gusta destripar nada. Puede que me haya gustado quizás menos que la primera temporada, pero también me ha gustado. Si hay una tercera temporada de Fargo -que parece que sí- no me la pienso perder, ustedes hagan lo que quieran, pero no digan que no les avisé.
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