martes, 15 de diciembre de 2015

El jamonero

Eran sobre las ocho y media de la noche cuando salí de trabajar y fui directo al supermercado a hacer la compra que mi santa me había whatasappeado minutos antes. Una lista digital de la compra. Los tiempos cambian. 

Minutos después caminaba por uno de esos gélidos pasillos de supermercado y mi barriga se retorcía de mala manera al ver tanto alimento transgénico. Mal momento para hacer la compra -pensé-, con el apetito que suelo manejar normalmente, a estas horas del día, no hace falta tener mucha imaginación para comprender que iba a encontrarme con alguna tentación imposible de evitar. Una pared atiborrada de patas de jamón fue el anzuelo que no supe esquivar. Las navidades, los Reyes Magos, la paga extra de mi santa, o que el Málaga le ganó al Rayo... cualquiera de ellas me pareció una excusa adecuada.

Una vez con el jamón en casa sólo faltaba sacar el jamonero para ponerme manos a la obra.  Por el trastero debía estar perdido, así que ni corto ni perezoso bajé a buscarlo. Una jamonero rústico de madera, simple y sencillo. Sería fácil de encontrar. Nuestro trastero tiene sólo cuatro metros cuadrados de superficie, pero son cuatro metros cuadrados de desorden absoluto. El caos hecho trastero. Tras veinte minutos removiendo polvo, trastos y cajas de cartón no lo encontré. Pero no perdí el ánimo, subí a casa para preguntar a mi señora que tiene un gran olfato para encontrar cosas y  minutos después regresé al trastero con la mejor ayuda posible: mi mujer. Ahora sí, sería mucho más fácil.  Éramos dos removiendo cajas y trastos en cuatro metros cuadrado de anarquía absoluta. El imperfecto desorden laberíntico en el reino del caos. Cajas de batidoras, de plancha, de árbol de navidad, botes de pintura, la sombrilla y las sillas de la playa, esterillas viejas del coche, un reproductor de vídeo VHS, las cajas de los apuntes de la universidad, un par de cuadros, la cesta con las palas y los cubos de la playa, una mesita de noche, encontramos de todo pero no encontrábamos el jamonero. Llegó el momento en el que teníamos la certeza de que aún removiendo cajas dos días más nunca encontraríamos el jamonero. Parecía que buscáramos una diminuta partícula de hidrógeno en la inmensidad infinita del espacio exterior. Una tarea inalcanzable, absolutamente estéril. Regresamos a casa sin el jamonero dichoso, pero al menos nos deshicimos de tres o cuatro cajas que llevábamos guardando inútilmente varios años. Batalla perdida.

Después en la cama con las luces apagadas mi cabeza todavía seguía encendida. ¿Tiraríamos el jamonero la última vez y no lo recuerdo? ¿lo habremos prestado? ¿si no lo guardamos en el trastero... ¿dónde diantres lo haríamos?

Esta noche me parece que tengo un nuevo viaje espacial. 


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