Comencé a ver la serie Narcos casi por casualidad. Alguien en un grupo de WhatsApp comentó que la estaba viendo y que andaba enganchado y ese mismo día, inesperadamente, casi como ocurren las mejores cosas, tuve un hueco libre y decidí ver el primer capítulo. La serie trata sobre la lucha del gobierno colombiano y la DEA contra los narcotraficantes colombianos, y más concretamente contra Pablo Escobar.
Narcos es una adictiva serie de diez capítulos de algo menos de una hora cada uno, en el que Pablo Escobar hace y deshace a su antojo todo lo que le rodea. Abastece a las fábricas de cocaína, prepara las rutas desde la profunda selva colombiana hasta las mismísimas narices de los jóvenes universitarios californianos. Compra a los agentes de adunas, controla a la policía de Bogotá, posee más armamento que todo el ejército Colombiano junto. Asesina, secuestra, amenaza, extorsiona jueces, policías, políticos. Nada escapaba a su influencia. Nada, o casi nada.
Es una serie dura, donde igual se mete un tiro en la nuca, o se mata a golpes con una barra de acero que se tortura a cuchillo. Con Pablo Emilio Escobar Gaviria no había medias tintas, o estabas con él o contra él, y aún estando de su parte tu vida dependía de su antojo. La elección era obligada: plomo o planta. El patrón, como se le conocía, no era partidario de dejar cabos sueltos, y cuando sospechaba que algo no iba bien, cortaba de raíz. Espero con impaciencia la segunda temporada.
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