Regresé a la calidez del hogar desde la fría noche al borde del pitido inicial del partido entre el Getafe y el Real Madrid. Me acomodé en mi esquina favorita del sofá -la que está más cerca de la lámpara- apagué la luz, me tapé con la manta y esperé a ver qué ganas tenían en esta gélida noche los jugadores de mover la pelotita. En los primeros diez minutos del partido comprendí que era una noche de poco ballet y mucho boxeo y no logré encontrar buen acomodo entre ninguno de los cojines repartidos por el sofá. Encendí la lámpara y le pedí a mi hija, que está aprendiendo a leer, que me trajese un libro que estaba sobre mi mesita de noche. Le dije que era uno que en la portada ponía la palabra "vida" y también la palabra "maravillosa". Se fue y tardaba mucho en regresar -tengo como diez libros en la mesita de noche-. Al rato volvió y no traía el que le había pedido, sino uno de Dickens, porque dijo que había olvidado las palabras que venían en la portada del libro y que por eso había traído ese que era el más bonito de todos. Le dije que volviera y que me trajese el que tenía aquellas palabras que le había dicho antes y además también venían con la fotografía en la portada de un hombre descansando tumbado en la cubierta de un barco. Al momento volvió con el libro. El partido, mientras, seguía igual, mucho pase largo, mucha falta, algún control exquisito pero poco más.
Entre tanto pase largo y saques de banda fui metiéndome cada vez más en el libro y menos en el partido. Entre punto y aparte y punto y aparte fui consultando el marcador y sin darme cuenta acabó el partido. Me levanté y preparé algo para cenar. Regresé al sofá y ya había comenzado el siguiente partido: Barcelona - Real Sociedad, y ganaban los locales por uno a cero. Comprendí que ya había visto suficiente. Fui pasando de canales hasta que tropecé con un documental que me pareció de la revolución cubana, pero no, trataba de Benedetti y de su exilio en Cuba.
El documental trataba de Benedetti. De su niñez, de su implicación política, pero sobre todo de su exilio. De su vida en exilio. Me subió la melancolía. La nostalgia. Participaban en el documental Saramago, Vázquez Montalbán, Eduardo Galeano y por supuesto Don Mario. Qué corto se me hizo. Qué triste se pasó. Con Benedetti pero sin Benedetti.
Me acerqué a mi biblioteca y busqué un poema que recitaron durante el documental. Lo había leído pero no lo comprendí nunca como lo hice hace un rato.
Diez años de exilio separado de su mujer. Diez años luchando con palabras, desde la distancia. Y un poema que encierra mucho más que dice.
No te salves
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
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