Nuestro segundo día en Lisboa empezó con la expectativa de que llegara nuestra maleta, sobretodo para que Pepi pudiera cambiar de calzado y aliviar así sus machacados pies, pero al comprobar que el tiempo se alargaba y la maleta no llegaba, decidimos ponernos en camino en busca de una zapatería. Encontramos muchas zapaterías en la Avenida da Liberdade pero tardamos en encontrar alguna con precios modestos. Una vez que Pepi encontró uno de su agrado, y salíamos por la puerta de la tienda con los zapatos nuevos puestos, en ese mismo instante, llamaron a mi móvil desde el hotel para decirme que ya habían llegados las maletas. Ains. Unos zapatos que ganó Pepi.
Seguimos camino abajo hacia el final de la lujosa Avenida donde estaba la oficina de Turismo y nos informamos sobre los transportes, horarios y visitas posibles. Desde allí nos dirigimos hasta la Plaza del Comercio para coger el tranvía que nos llevara a Belém.
En Belém se encuentran gran parte de los grandes monumentos "a visitar" de Lisboa. Una visita obligada en Lisboa es el Monasterio de los Jerónimos, unos de los edificios más bellos que jamás he visto. Ejemplo de estilo Manuelino, caracterizado por motivos arquitectónicos del gótico tardío y del renacimiento. Especialmente destacable es la fachada principal, el interior de la iglesia y particularmente bello es su adornadísimo claustro. Una verdadera joya que no se debe pasar por alto cuando se visita esta ciudad.
Dentro de los Jerónimos disfrutamos imaginándonos en otra época en tan nobles interiores, en los años que continuaron a los grandes descubrimientos y el inicio de las rutas oceánicas de la India. Dentro de los Jerónimos se encuentran las tumbas con los restos de Vasco da Gama, Luis de Camoes y desde hace relativamente poco también se encuentra allí los restos de Fernando Pessoa.
Al salir del Monasterio nos detuvimos para admirar su espléndida fachada y notamos que el estómago necesitaba algo de gasolina. No muy lejos nos detuvimos a almorzar en un restaurante con una agradable terraza. De entrada nos pusieron un queso que duró menos que un chupapús en la puerta de un colegio. Pedí un plato de cochinillo que estaba para chuparse los dedos, mientras mi gaznate lo regué con alguna que otra cerveza bien fresquita, pero no tomamos postre porque nos reservamos para tomarlos en la que es, sin duda, la cafetería más popular de Belém.
En la cafetería Pastéis de Belém nos pedimos unos cafelitos y dos pasteis de Belém para cada uno. Aprendí que un galao es un café con leche -más leche que café- servido en vaso y no en taza. Justo como a mí me gusta. A diferencia de los que habíamos probado antes, estos típicos pasteles los sirvieron calientes. Les espolvoreamos canela, azúcar y ñam nam. Umm.
Después de nuestro calórico tentempié continuamos nuestra visita por los monumentos de Belém. Nuestro siguiente destino era el Monumento a los Descubrimientos, un grandioso monumento levantado por Salazar para conmemorar la Era de los Descubrientos. Desde lo más alto del monumento se pudimos disfrutar de increíbles panorámicas de la ribera del Tajo.
Continuamos nuestro camino junto al Tajo hacia la bellísima Torre de Belém, de la que me quedé prendado. Parece verdaderamente imposible que la torre se pudiera haber construido en medio de la desembocadura del Tajo hace ya casi quinientos años. Es difícil estar en la torre sin quedar atrapado por su encanto. No sabría decir cuanto tiempo estuvimos en la torre, pero pasó bastante más de lo que teníamos planeado, pero se nos fue volando, tanto, que ya había cerrado el Museu Nacional dos Coches, y lo tuvimos que dejar para otra ocasión.
Volvimos en el tranvía de vuelta hacia el centro, nos bajamos de nuevo en la Plaza del Comercio y nos dirigimos hacia el Elevador de Santa Justa, donde sufrimos la cola más larga de todo el viaje. Esperamos casi cuarenta minutos para una subida en ascensor de apenas un minuto, pero, afortunadamente, lo mejor del Elevador de Santa Justa no es sólo el elevador físicamente, sino las vistas desde lo alto del Elevador. Es curioso ver desde aquí las mismas vistas de la ciudad que vimos el día anterior desde el Castillo de San Jorge pero justo desde el otro lado.
Al salir del elevador, por el barrio alto, comprobé lo pequeño que es este mundo, y es que, nos encontramos con un antiguo amigo que hacía años que no veía, que ahora vive en Gijón, pero casualidades de la vida, ambos decidimos, junto con nuestras parejas, visitar Lisboa, y ocurrió que en una plaza perdida, detrás de una esquina olvidada, tras una calle sin nombre, cruzamos nuestros caminos. Fue una grata sorpresa.
Después de pasear entre irregulares callejuelas con fachadas azulejadas buscamos un lugar agradable donde comer algo típico para terminar un típico día de turista. Vamos, que comí bacalao, y creo que eso fue lo que me "obligó" a tomarme más de una cerveza.
En la cafetería Pastéis de Belém nos pedimos unos cafelitos y dos pasteis de Belém para cada uno. Aprendí que un galao es un café con leche -más leche que café- servido en vaso y no en taza. Justo como a mí me gusta. A diferencia de los que habíamos probado antes, estos típicos pasteles los sirvieron calientes. Les espolvoreamos canela, azúcar y ñam nam. Umm.
Después de nuestro calórico tentempié continuamos nuestra visita por los monumentos de Belém. Nuestro siguiente destino era el Monumento a los Descubrimientos, un grandioso monumento levantado por Salazar para conmemorar la Era de los Descubrientos. Desde lo más alto del monumento se pudimos disfrutar de increíbles panorámicas de la ribera del Tajo.
Continuamos nuestro camino junto al Tajo hacia la bellísima Torre de Belém, de la que me quedé prendado. Parece verdaderamente imposible que la torre se pudiera haber construido en medio de la desembocadura del Tajo hace ya casi quinientos años. Es difícil estar en la torre sin quedar atrapado por su encanto. No sabría decir cuanto tiempo estuvimos en la torre, pero pasó bastante más de lo que teníamos planeado, pero se nos fue volando, tanto, que ya había cerrado el Museu Nacional dos Coches, y lo tuvimos que dejar para otra ocasión.
Volvimos en el tranvía de vuelta hacia el centro, nos bajamos de nuevo en la Plaza del Comercio y nos dirigimos hacia el Elevador de Santa Justa, donde sufrimos la cola más larga de todo el viaje. Esperamos casi cuarenta minutos para una subida en ascensor de apenas un minuto, pero, afortunadamente, lo mejor del Elevador de Santa Justa no es sólo el elevador físicamente, sino las vistas desde lo alto del Elevador. Es curioso ver desde aquí las mismas vistas de la ciudad que vimos el día anterior desde el Castillo de San Jorge pero justo desde el otro lado.
Al salir del elevador, por el barrio alto, comprobé lo pequeño que es este mundo, y es que, nos encontramos con un antiguo amigo que hacía años que no veía, que ahora vive en Gijón, pero casualidades de la vida, ambos decidimos, junto con nuestras parejas, visitar Lisboa, y ocurrió que en una plaza perdida, detrás de una esquina olvidada, tras una calle sin nombre, cruzamos nuestros caminos. Fue una grata sorpresa.
Después de pasear entre irregulares callejuelas con fachadas azulejadas buscamos un lugar agradable donde comer algo típico para terminar un típico día de turista. Vamos, que comí bacalao, y creo que eso fue lo que me "obligó" a tomarme más de una cerveza.
1 comentario:
Menos mal que me has dicho que visitastéis la pastelería de Belem porque allí ponen los mejores pasteles de todo Portugal!!!!
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