Hace ahora aproximadamente dieciocho años desde que visité la casa-museo de Anna Frank. Aquella visita me sobrecogió enormemente y es junto con el caminar por las calles de Amsterdam mientras nevaba uno de los recuerdos más vivos que conservo de aquel iniciático viaje.
De mi recorrido por las habitaciones de la casa de atrás recuerdo bien la entrada a la buhardilla -un mueble de estantería giratorio- al igual que los recortes de estrellas de Hollywood que Anna tenía pegados en la pared de su cuarto.
De mi recorrido por las habitaciones de la casa de atrás recuerdo bien la entrada a la buhardilla -un mueble de estantería giratorio- al igual que los recortes de estrellas de Hollywood que Anna tenía pegados en la pared de su cuarto.
El diario mundialmente conocido que Ana escribió durante el tiempo que permaneció escondida, es uno de los documentos más íntimos y conmovedores del holocausto. Ayer terminé de leerlo y por fin cumplí -ya era hora- con el propósito que me hice cuando abandoné conmovido aquel museo.
Al leer el Diario de Ana Frank se siente una sensación amarga, de rabia, pero aun así recomiendo a todos leerlo.
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