Esta media tarde mi hermano me llamó para darme la noticia de que la marca cervecera San Miguel ha lanzado una campaña para vestir con los colores del Málaga CF a su botellín. Una edición especial de 120.000 botellines ataviados con los colores de mi equipo. Un regalo para la vista y el paladar.
Mi hermano que sabe que soy futbolero, cervecero y malaguista llamó para alegrarme la otra mitad de la tarde. Lo consiguió. Aún asoma la sonrisa en mi cara con tan sólo imaginar el momento en el que le hinque el morro. Y es que estoy deseando pillarme varias docenas de ellas.
Sin embargo, ay penita mía, lo que más me gustaría sería tomarme una de éstas en el estadio, en mi remozada Rosaleda, en el templo de fútbol mundial, en lo que hoy por hoy es prácticamente un sueño imposible. Y es que, en algún despacho suizo, a algún corbatilla, un lumbrera reseco y agrio se le ocurrió la desafortunada idea de prohibir la venta de alcohol en los estadios de fútbol.
Verdaderamente comprendo y soy capaz de asimilar que hay mucha gente, repito mucha gente que no sabe beber, que pierde los papeles, que se exalta y que llegan a ser violentos. Sé que sucede y las crónicas así lo demuestran. Está bien. En mi opinión son a esos, a los violentos, a los que se escudan en el consumo de alcohol para hacer daño a los que habría que apartar del fútbol.
Quizás hubiese sido más justo no permitir la venta de alcohol de alta gradación, pero un par de cervezas... ¡Por Gambrinus!
En fin, que tendré que conformarme con agarrar una San Miguel con corazón malagueño y celebrar los goles de mi Málaga desde el sofá de casa.
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