Fuengirola. Mediodía de un sábado a mitad de marzo con clima veraniego. Dos buenos amigos y sus dos señoras con los tres chiquillos sentados en la terraza de un Restaurante. En primera línea de playa. Olitas de mar y negritos vendiendo relojes. Refrescos sin azúcar ellas, cerveza ellos. El camarero que canta los platos del día fuera de carta. Intenta vender, hace bien su trabajo. Pedimos varios platos de la carta y uno de los que había recitado: un buey de mar, fresquito como el Mediterráneo.
Después de un par de horas, platos de coquinas y navajas, negritos vendiendo bolsos, ensaladilla de pimientos y el buey de mar, más cervezas y más refrescos y musho pescaíto frito, pedimos los cafés y la cuenta.
El buey de mar fuera de carta, el que cantó el camarero que hacía bien su trabajo, crujió 30 cucas de nuestras carteras. Lección aprendida.
Después de un par de horas, platos de coquinas y navajas, negritos vendiendo bolsos, ensaladilla de pimientos y el buey de mar, más cervezas y más refrescos y musho pescaíto frito, pedimos los cafés y la cuenta.
El buey de mar fuera de carta, el que cantó el camarero que hacía bien su trabajo, crujió 30 cucas de nuestras carteras. Lección aprendida.
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