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Guardaré en mi memoria la genial frase, tan escueta como clarificadora, del primer párrafo donde se cuenta que: "El viejo Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta".
Nos enseñaron a hablar, a comer, a caminar. Nos enseñaron matemáticas, gramática, geografía. Nos enseñaron muchas cosas. Pero nadie nos enseñó a enfrentar y resolver un desacuerdo. Nadie nos enseñó a discutir.
Educados desde un dirigismo intelectual, moral y político, no fuimos adiestrados en saber adoptar la menor elasticidad cerebral para entender, desde un mínimo respeto, otras ideas que no fueran las oficialmente implementadas en nuestra parcela geográfica. Los programadores de la sociedad siempre tratan de dirigir nuestras vidas con el exclusivo fin de potenciar las suyas, porque las ideologías además de poder les dan de comer.
Disentir es lo más lógico del mundo. Saber escuchar desde el respeto mutuo cambia la óptica de los cerebros porque amplía contrastes, horizontes, visiones y ambiciones. Saber que no hay una sola verdad y aceptar que cada uno tiene todo el derecho a la suya es el principio del respeto, esa limpia atmósfera en la que se anudan los entendimientos.
Cuando el portazo releva a la voz, el puño al argumento y la bomba al diálogo, todos pierden.
La discusión civilizada es la forma menos incivilizada de disentir.
Como era su primer día, se quitó la ropa como todo el mundo y fue a dar vueltas por el jardín. Una linda rubia macizorra apareció por ahí y él inmediatamente tuvo una erección, sin poder remediarlo.
La chica notó su erección e inmediatamente se le acercó sensual:
- ¿Me ha llamado, señor?
- ¿Yo? No, ¿por qué?
- Usted debe ser nuevo; le voy a explicar: Aquí tenemos una regla: si le provoco una erección, quiere decir que usted “me ha llamado, que usted me desea”.
Sonriente, la chica lo lleva a un jardín y se acuesta en una toalla; tira del hombre y se deja poseer de todas las formas posibles.
El fulano, loco de contento, sigue explorando las delicias de aquel campo.
Entra a la sauna, se sienta e involuntariamente se le escapa un pedo. Sonriente, de inmediato se le acerca un tipo enorme, cachas y peludo, con una erección del tamaño de un bate de béisbol:
- ¿Me ha llamado, señor?
- ¿Yo?! No, ¿por qué?
Usted debe ser nuevo aquí. Le voy a explicar: tenemos una regla que dice que si te tiras un pedo, significa “que me ha llamado y que usted me desea”.
Dicho esto, el gigantón lo voltea, lo pone a 4 patas y lo posee de una manera bestial. Luego se marcha.
El novato a duras penas, andando como un pato ahí sacando el culo para fuera, se dirige como puede a la oficina del club. Una recepcionista desnuda lo saluda muy sonriente:
- ¿Puedo ayudarlo, señor?
Él le devuelve su llave y su tarjeta y dice:
- Puede quedarse con los 500 €. de cuota inicial.
- Pero, señor, usted tan sólo ha estado aquí un par de horas y solamente ha visto un par de nuestras instalaciones.
- Escúchame una cosa, yo soy un hombre de 58 años. A duras penas tengo una erección al mes, pero me tiro como 50 pedos al día… ¡NO ME CONVIENE GRACIAS!