Ayer a media mañana fui al rastro de mi localidad en busca de alguna ganga. Allí suelo comprar música -mi gran pasión- y, de vez en cuando, me compro libros, si es que encuentro algo que me entre por el ojo. Ésta vez tuve suerte y pagué 1 euro por dos novelas. Como veis una verdadera ganga. Una de Patricia Highsmith - El talento de Mr. Ripley y otra de Ángela Becerra titulada El penúltimo sueño. Premio Azorín 2005.
A Ángela la conocí leyendo sus acertadas columnas en el diario gratuito ADN. Su lectura ha pasado de ser ocasional a lectura "obligada" cada semana. Aquí os coloco una de sus obligatorias columnas:
Sin discusión
Todo se construye desde el entendimiento y todo se destruye desde el enfrentamiento. Los intereses, amores, culturas, dioses y banderas que a unos les sirven para unirse, otros los convierten en motivo fundamental para enfrentarse. Así empezó el mundo. Así continúa.
Nos enseñaron a hablar, a comer, a caminar. Nos enseñaron matemáticas, gramática, geografía. Nos enseñaron muchas cosas. Pero nadie nos enseñó a enfrentar y resolver un desacuerdo. Nadie nos enseñó a discutir.
Educados desde un dirigismo intelectual, moral y político, no fuimos adiestrados en saber adoptar la menor elasticidad cerebral para entender, desde un mínimo respeto, otras ideas que no fueran las oficialmente implementadas en nuestra parcela geográfica. Los programadores de la sociedad siempre tratan de dirigir nuestras vidas con el exclusivo fin de potenciar las suyas, porque las ideologías además de poder les dan de comer.
Disentir es lo más lógico del mundo. Saber escuchar desde el respeto mutuo cambia la óptica de los cerebros porque amplía contrastes, horizontes, visiones y ambiciones. Saber que no hay una sola verdad y aceptar que cada uno tiene todo el derecho a la suya es el principio del respeto, esa limpia atmósfera en la que se anudan los entendimientos.
Cuando el portazo releva a la voz, el puño al argumento y la bomba al diálogo, todos pierden.
La discusión civilizada es la forma menos incivilizada de disentir.