Acabó el curso más extraño. El Covid lo transformó todo. Las desoladoras cifras de las gráficas de defunciones fueron derribando poco a poco nuestra forma de enfrentar el día a día. Nada se escapó de su depresiva influencia. La manera de relacionarnos sufrió un cambio absoluto. Cada pequeña cosa se vio alterada: la distancia social, la mascarilla, lavarse las manos, los geles hidroalcohólicos, la lista de la compra, los planes de futuro y nuestras pesadillas. Todo más distante, más higiénico, más triste.
La idea era encontrar a un lugar ventilado, sin mucha gente, en un día de poca afluencia y sobre todo que se comiese bien. Un homenaje se llama ahora. El premio al esfuerzo lo llamaría yo. Un asador, buenas carnes y mucho apetito. Así fue.
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