viernes, 10 de julio de 2020

Un par de días en Antequera

Cada final del curso a los estudiantes de segundo de bachiller que han aprobado en junio les llega la hora de la selectividad y a mi mujer algunos años le toca ser correctora. Este año le tocó en Antequera y a mí, afortunadamente,  me tocó acompañarla. Estábamos de lleno en plena pandemia pero fui encantado de la vida. De manera que aprovechamos la circunstancia para visitar Antequera, pasar unos días solos y una vez allí degustar sus platos, de los que yo soy un enamorado, pues nunca está de más de tomar una porra antequerana, y menos en los días de sofocante calor que nos cayeron.

El primer día tuve que hacer un ida y vuelta a casa por asuntos del trabajo pero el siguiente pude pasarlo de pleno en el hotel y en la piscina. Y una vez que Pepi terminaba su jornada paseábamos, pero sobre todo descansábamos. Necesitábamos un poco de calma y sosiego para romper con la rutina del confinamiento. Un descanso algo más espiritual que físico. Más necesario para la mente que para el cuerpo.

Un par de horas tumbado al sol junto a la piscina en mitad de la sierra con un buen libro entre las manos bastaron para cargar la batería. Pero todo llega a su fin. Unas cosas antes que otras.  Tocaba regresar y volver a la rutina infinita de los geles de mano, la mascarilla y la limpieza e higiene llevadas a límites antes insospechados para mí. Hay que aprender a tomarse las cosas como vienen, a habituarse a rituales específicos de limpieza y a la hostil y fría distancia social. No queda otra.

Últimamente veo menos la tele, y menos aún los telediarios, pero beso y abrazo más a mi niños. 


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