Cada final del curso a los estudiantes de segundo de bachiller que han aprobado en junio les llega la hora de la selectividad y a mi mujer algunos años le toca ser correctora. Este año le tocó en Antequera y a mí, afortunadamente, me tocó acompañarla. Estábamos de lleno en plena pandemia pero fui encantado de la vida. De manera que aprovechamos la circunstancia para visitar Antequera, pasar unos días solos y una vez allí degustar sus platos, de los que yo soy un enamorado, pues nunca está de más de tomar una porra antequerana, y menos en los días de sofocante calor que nos cayeron.
Un par de horas tumbado al sol junto a la piscina en mitad de la sierra con un buen libro entre las manos bastaron para cargar la batería. Pero todo llega a su fin. Unas cosas antes que otras. Tocaba regresar y volver a la rutina infinita de los geles de mano, la mascarilla y la limpieza e higiene llevadas a límites antes insospechados para mí. Hay que aprender a tomarse las cosas como vienen, a habituarse a rituales específicos de limpieza y a la hostil y fría distancia social. No queda otra.
Últimamente veo menos la tele, y menos aún los telediarios, pero beso y abrazo más a mi niños.
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