Cada cierto tiempo mi santa y yo nos reunimos a almorzar con unos amigos. Sus niños son amigos de los nuestros, nuestras señoras son buenas amigas y nosotros también. Unas veces nos reunimos en su casa, otras veces en la nuestra, el caso es quedar y pasar un buen rato juntos, compartir las delicias desplegadas sobre la mesa y brindar por la ofrendas agradables de la vida.
En cada reunión nos recomendamos libros, películas, música o cualquier cosa que se tercie. Ambos compartimos el gusto por la lectura y coincidimos incluso en el fervor por los mismos autores. Juntos hemos realizados algunos viajes y más que pensamos realizar.
En cada reunión nos recomendamos libros, películas, música o cualquier cosa que se tercie. Ambos compartimos el gusto por la lectura y coincidimos incluso en el fervor por los mismos autores. Juntos hemos realizados algunos viajes y más que pensamos realizar.
En una de estas visitas me recomendó y prestó uno de los libros de cuentos de Julio Llamazares, Tanta pasión para nada. Yo había leído pocas cosas del escritor leonés, y bien puedo afirmar que es mi primera verdadera toma de contacto con el autor. Y según quedé al terminarlo, no será la última.
La prosa de Llamazares, al menos en los relatos de esta publicación, están contados con pausa, de una forma aletargada, hasta como si se llevara a cabo con desinterés. Son historias de momentos personales, de situaciones irrepetibles o cansinamente comunes, pero todas tienen el común acento por el desarraigo, la soledad de los personajes, la elección obligada, o al menos, comprometida y la, en ocasiones, cruel aspereza de los resultados. El título define perfectamente el contenido del libro.
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