Cada cierto tiempo es bueno pararse y recordarse a uno mismo que la vida es de naturaleza finita, y que el tiempo desperdiciado es un tiempo definitivamente perdido, y que las risas ahorradas caen al espacio impreciso de la nada. De vez en cuando tenemos que sacar la cabeza de avestruz que enterramos en el limbo de nuestra existencia y comprender que la vida no es estar todo el día entrando y saliendo de nuestros ombligos. De hecho, bien pensado, la naturaleza propia de la vida, quizá, trata más de compartir nuestro tiempo que de reservárnoslo.
Por eso, cada vez que alguna noticia o circunstancia, sea por la razón que sea, me recuerda que esta vida tiene un punto y final y que no siempre vendrán comas o puntos y seguido, me despierto del letargo diario y procuro sacarle algo de zumo a los días. Normalmente opto por tomarme una cerveza, o un whisky de malta, otras simplemente juego con los niños o le dedico mi tiempo a mi santa, que es una buena forma de aprovechar los días. No hay como conocer una noticia desgraciada como la del avión estrellado en los Alpes como para relativizar muchos de los problemas que nos atosigan.
Es curioso que a pesar de que todos somos conscientes y sabemos que inexorablemnte existe un punto y final, un portazo definitivio a nuestra vida, sin embargo, seguimos preocupándonos por menudeses, a pesar de que somos conscientes de que nuestro tiempo no es eterno y que quizás el día siguiente, nunca se sabe, sea el último.
Conseguir no estar pendientes de nuestra cita segura con la parca es quizás el mejor método para alcanzar la felicidad. Pero, por otro lado, tener presente que existe un fin, a mi juicio, puede ayudarnos para suavizar nuestro mal carácter y, sobre todo, para tomar distancia y objetivizar los verdaderos problemas que la vida nos lanza a los pies. Estoy seguro de que la mayoría de ellos son completamente insignificantes comparados con el día en el que finalmente revientan los plomillos sin remedio.
Por eso, cada vez que alguna noticia o circunstancia, sea por la razón que sea, me recuerda que esta vida tiene un punto y final y que no siempre vendrán comas o puntos y seguido, me despierto del letargo diario y procuro sacarle algo de zumo a los días. Normalmente opto por tomarme una cerveza, o un whisky de malta, otras simplemente juego con los niños o le dedico mi tiempo a mi santa, que es una buena forma de aprovechar los días. No hay como conocer una noticia desgraciada como la del avión estrellado en los Alpes como para relativizar muchos de los problemas que nos atosigan.
Es curioso que a pesar de que todos somos conscientes y sabemos que inexorablemnte existe un punto y final, un portazo definitivio a nuestra vida, sin embargo, seguimos preocupándonos por menudeses, a pesar de que somos conscientes de que nuestro tiempo no es eterno y que quizás el día siguiente, nunca se sabe, sea el último.
Conseguir no estar pendientes de nuestra cita segura con la parca es quizás el mejor método para alcanzar la felicidad. Pero, por otro lado, tener presente que existe un fin, a mi juicio, puede ayudarnos para suavizar nuestro mal carácter y, sobre todo, para tomar distancia y objetivizar los verdaderos problemas que la vida nos lanza a los pies. Estoy seguro de que la mayoría de ellos son completamente insignificantes comparados con el día en el que finalmente revientan los plomillos sin remedio.
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