A finales del pasado verano comencé a leer El Rojo y el Negro, que es como siempre he conocido a la famosa novela de Stendhal, Le rouge et le noir, y no como la han titulado en la edición que tengo por casa, que es la que he leído, donde han suprimido los artículos. Alguna explicación debe haber pero se me escapa.
Comencé a leerla a finales del pasado verano, digo, pero no la he terminado hasta ahora, y es que la novela está dividida en dos partes, que no capítulos, algo así como El Quijote, para que nos entendamos, y cuando terminé de leer la primera parte del libro, la aparqué para retomarla más adelante, y ese más adelante ha sido el mes pasado.
Cada un incierto número de novelas me gusta entremeter entre mis lecturas un clásico, y esta novela de Stendhal es una de los clásicos cuyo título está resaltado en dorado y mayúscula en la inmensa biblioteca de la literatura mundial. Una de esas novelas de las que todo el mundo ha oído hablar pero que nadie ha leído. Bueno, todo el mundo excepto unos cuantos aficionados a los clásicos entre los que ahora me encuentro.
La novela trata sobre las ambiciones y desventuras -más que aventuras- de Julien Sorel, tercer hijo de un aserrador en una comarca ficticia del este de Francia, que desde tierna edad comienza destacando por sus dotes en los estudios, lo que enoja más que agrada a su familia, que lo quiere como mula de carga para el aserradero. Julien decide revelarse a su destino establecido de nacimiento, y ... hasta aquí voy a contar.
En El rojo y el negro tienen cabida el amor, los sueños de libertad, la muerte, la envidia, la guerra, la venganza, la hipocresía, el orgullo, la ambición o el arrepentimiento. Todos ellos grandes temas si se saben jugar con ellos. Stendhal -no hay duda- sabía.
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