No quiero ponerme pesado, pero como les contaba, recientemente estuve en Baeza, y allí, en pequeños momentos salpicados durante el fin de semana, fui leyendo un libro que no era mío, sino de mi amigo Miguel, que se lo había llevado hasta Baeza. Y Miguel me lo puso por delante y me dijo: aquí lo llevas; aunque no le hicieron falta esas palabras.
El libro era un libro de poemas de un autor que yo no conocía -por lo que la curiosidad era mayor-, Tito Muñoz, y el título Una hawaiana con un ukelele. Uno de esos libros pequeñitos y bien hechos de los que uno sabe antes de probarlos que han sido cocinados a fuego lento. Abrí la primera página y me encontré en la primera esquina una de esas palabras que no me suelen gustar en los poemas, una de esas palabras cursis hasta el tuétano, y que nada más verla dan grima religiosa dependiendo de con qué palabras salga de paseo. Pero esa misma palabra que tantas veces me ha provocado salir por la puerta de atrás de un poema, llegaba acompañada de un aviso. Un aviso importante, casi capital. Y a partir de ahí, ya no pude parar.
AVISO
Te lo aviso:
tengo un alma.
Y está cargada.
Así que desde ese primer aviso a cada poema lo recibía yo sin ninguna precaución y con un sonoro Aloha.
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