Los cielos cubiertos de nubes son mi debilidad. Los cúmulos esponjosos de nubes ocultando la tibia claridad de un amanecer en el despertar borroso y perezoso del día son una conjunción perfecta. La línea del horizonte en el fondo da un equilibrio al paisaje casi milagroso, como un don inesperado, como el primer trazo en un lienzo. Un nacimiento natural de vida. La arena de la playa aún húmeda en la que todavía puede apreciarse las huellas de los torpes pasos de las gaviotas. Todo origina que la estampa parezca única, casi salvaje, virgen. Poder apreciar que a pocos kilómetros, mar adentro, las nubes descargan suavemente una fina e inclinada lluvia reconforta a la vista. Escuchar al mar claudicar en la orilla. Respirar profundo y cargarse los pulmones de ese aire saturado de salitre es la sensación que siempre mantendré de lo que yo entiendo como un nítido olor a naturaleza, a limpieza en la atmósfera, a regalo diario.
No es necesario acercarse a un bosque frondoso, ni viajar al borde de una catarata ni a la accidentada grieta de un volcán para comprender la poderosa fuerza de la naturaleza. Basta con saber mirar la grandiosidad de lo que tenemos delante. Saber apreciar lo que nos rodea es la auténtica esencia de la vida. Llorar al escuchar una canción, besar con entrega desmedida, poner pasión en lo que se hace, cerrar los ojos al sentir una caricia, respirar hondo, saborear un delicioso bocado, sentir el viento en la cara, llorar por sentirse vivo, eso es, en definitiva, lo que yo llamo sentirse agradecido a la vida. Pruébenlo antes de que se acabe, porque se acabará.
Esta foto la tomé un día en el que me sentía, a pesar de todo, agradecido a la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario