Ya saben que soy caprichoso con las lecturas. Que un libro puede estar por casa varios años -también podría escribir décadas- y sin sospecharlo, sin ninguna razón aparente, salvo mis arbitrarias elecciones, tan azarosas e inciertas como impredecibles, podría ser el libro elegido.
En esta ocasión tenía en el horizonte acudir al hospital, ya saben, al trasteo de la entrada anterior, y se suponía que iba a estar una temporada con más tiempo libre, aunque todavía no sabía si con ganas de leer. El asunto es que tenía desde hace tiempo curiosidad por leer algo de Jon Fosse, el autor noruego galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2023 y su última novela Blancura, me pareció que podría ser la adecuada. Me la habían regalado recientemente los Reyes Magos, y estaba todavía sin ubicar en ninguna estantería. Me lo llevé al hospital, me pareció que podría ser una lectura adecuada.
Un hombre conduce sin un rumbo en mente, hasta que su coche queda atascado al final de una pista forestal. Es una tarde de finales de otoño, ya casi no hay luz y comienza a nevar. En lugar de volver caminando hacia atrás en busca de ayuda o quedarse en el coche, de forma imprudente y sin saber muy bien por qué, el hombre decide adentrarse en el bosque. Inevitablemente, se pierde, y la noche sigue avanzando. Cuando el agotamiento y el frío empiezan a vencerlo, vislumbra un extraño resplandor en medio de la oscuridad.
Cuando leí este párrafo, que es parte de la sinopsis que acompaña al libro, no pude evitar pensar en la muerte, esa luz misteriosa era una especie de hipnótico fin, una puerta de salida o tal vez de entrada. Tendría que leer la novela. No andaba yo tan perdido como el protagonista, o tal vez sí. Pero lo acompañé a su viaje de descubrimiento, al principio algo aturdido por el efecto de la anestesia y lo acabé con una mezcla de esperanzadora desilusión. No sé si esto es posible, pero así fue. Luego pensé que el libro no es tanto religioso, como sí espiritual. No contesta preguntas directamente, pero te deja con muchas rondándote la memoria.
En mi imaginación el libro me hizo evocar a las ballenas que se apartan de su grupo para acabar muriendo varadas en una playa. O a los elefantes que se separan de su manada, para alejarse en soledad al cementerio de elefantes, donde muy posiblemente perecieron sus padres y seres queridos. Es un final trágico el de las ballenas y los elefantes, pero al mismo tiempo -al menos a mí me lo parece- es romántico. ¿Y si los humanos hiciéramos lo mismo? ¿Y si pudiéramos prever nuestro último momento y decidiéramos coger el coche e ir al sitio donde todos tuviésemos nuestro final?
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