Hay mil maneras de sentirse orgulloso. Casi todas ellas son sentimientos personales. Cada cual es hijo de su madre y de su padre y tiene en la mente el germen del potaje en el que se ha criado. Yo, como cualquier hijo de barrio, también.
Me he sentido orgulloso del trabajo bien hecho. De algún acto desinteresado al que me he ofrecido voluntario, por el simple hecho de ayudar, por mi equipo de fútbol, incluso de sentirme partícipe de algún acontecimiento genera, pero no creo que haya más pleno orgullo que estarlo por un hijo. En este caso de mi hija Sofía, que recién llegada a la Facultad de Filosofía y Letras participó, por iniciativa propia, en IX Certamen de Microrrelatos fantásticos y de terror.
La entrega de premios se realizaría en el Rectorado de la Universidad de Málaga. Decidimos ir a acompañarla. Yo nunca había estado en el Rectorado y me hizo ilusión. Convocaron a todos los finalistas para la entrega de premios, entre ellos a Sofía. Tenía posibilidades de conseguir un premio, pero también que podría irse con las manos vacías. Yo andaba explicándole que estar entre los finalistas era ya un premio y que bueno, que si no ganaba, no pasaba nada, que hay que seguir intentándolo. Cosas que un padre va intentando inculcar en un hijo para evitar el abatimiento y la desgana. Son cosas que pueden pasar.
La Decana junto con la Vicerrectora se encargaron de la entrega de premios. Los cinco finalistas salieron a leer sus microrrelatos por orden alfabético. Tras la lectura animaron a seguir escribiendo a todos y dieron el nombre de los ganadores. Sofía ganó el Primer Premio. ¡Vaya sorpresa! Le entregaron el diploma como ganadora que conllevaba un pequeño incentivo económico, pero más allá del premio y de salir ganadora, la recompensa es el empujón para seguir escribiendo. Salí del edificio con un sentimiento tan grande que orgulloso se queda pequeño. Sólo puedo decir una cosa: ¡Gracias!
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