Siempre que comienzo un viaje lo hago ilusionado. Amo viajar, adoro conocer ciudades, amo hasta los aeropuertos, los veo como la antesala de un futuro maravilloso, lo habré dicho antes porque he escrito mucho en este blog y sé que a veces me repito, pero así lo siento. Montarme en un avión es el preámbulo de vivir en mayúsculas.
Uno de los viajes que he cogido con más ganas ha sido el viaje a Venecia. Siempre quise ir a Venecia, siempre me atrajo Venecia, la vi en cientos de películas, la recorrí en decenas de novelas, escuché mil personas hablar de ella, y la tenía pendiente. Siempre fuimos colando viajes por medio y ya últimamente el maldito covid lo retrasó todo, pero llegó mi momento de ajustar cuentas con Venecia, y créanme si les digo que me encantó. Por algo es uno de los destinos más populares del mundo.
Volamos la familia al completo en un vuelo directo desde Málaga -contemplar Venecia desde la ventanilla del avión ya es un placer-, en la salida del aeropuerto cogimos un taxi que nos llevó al hotel situado en Mestre, donde los hoteles son bastante más económicos que en la propia Venecia, y una vez hecho el registro de entrada, sin perder tiempo, cogimos un autobús que va directo desde Mestre hasta Piazzale Roma por el Puente de la Libertad, que cruza en una rigurosa línea recta sobre el Mar Adriático.
El centro histórico de Venecia está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Y como todos sabrán, no hay un solo coche circulando por Venecia, que es una ciudad totalmente peatonal y aparte de a pie, solamente se puede uno desplazar por vaporettos a motor o en góndolas a remo.
El primer canal que cruzamos fue el Ponte di Papadopoli y tardamos tres calles en tomarnos nuestro primer gelato italiano, en la esquina de la calle Tintoretto con Castel forte San Rocco. Riquísimo. A los niños les impactó ver que en la heladería tenían un helado llamado Málaga. Eran más de las siete de la tarde y a esas horas en Venecia en agosto están casi todas la visitas cerradas, pero pudimos pasear agradablemente contemplando maravillas casi a cada paso.
Desde allí fuimos a la Chiesa de San Pantaleón, en el Dorsoduro, uno de los sestieri de Venecia, donde pudimos acceder y disfrutar de sus fabulosos techos. Verdaderamente impresionantes. No muy lejos de allí, cruzando un canal está el Campo Santa Margherita, o Plaza de Santa Margherita, le echamos un ojo a un Ristorante que previamente habíamos investigado por Internet y llegamos a reservar mesa para más tarde. Continuamos nuestro recorrido de descubrimiento por el Ponte dei Pugni, hasta el Campo San Barnaba , donde hay una iglesia que ahora es el Museo de Leonardo da Vinci en Venezia. Cada esquina posee un encanto nuevo, un placer por descubrir, y en cuanto giras a la siguiente esquina te encuentras con deleite otra hermosa sorpresa. Es una explosión de belleza.
A pocos pasos al otro lado del puente, está el Campo Santo Stefano, con el monumento a Tommaseo. Las fachadas con balconadas de ventanales venecianas son maravillosas. Continuamos hacia la Calle Larga XXII Marzo, atravesando el Campiello Santa María Zobenigo, donde está la iglesia de magnífica fachada barroca Santa Maria del Giglio. Nos acercamos al Hotel Bel Sito, frente a la fachada barroca, donde Cees Nooteboom se hospedó años atrás y en su libro sobre Venecia aseguró que desde la cama de su habitación disfrutaba de una vista parcial de la fachada.
Se han escrito miles de páginas sobre la Piazza San Marco, sobre el Campanile, el Palazzo Ducale y la Basílica, incluso del Caffé Florian, de manera que poco puedo yo aportar que no se haya dicho ya salvo exponer mi deseo de que cada piedra, cada teja, cada marco de ventana se mantenga tal y como está miles de años.
Se nos hizo de noche en la Piazza. La idea desde el principio era poder ver el atardecer allí. Contemplar como la tarde se ocultaba tras la silueta de San Giorgio Maggiore. Ver el lento declinar de nuestro primer día en Venecia y así lo hicimos. Nunca tienes ganas de salir de San Marcos, uno quisiera quedarse allí siempre, pero habíamos reservado mesa a las 22:00 para cenar y nuestros pies también pedían algo de descanso.
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