El día comenzó con un chaparrón de agua. Justo cuando salíamos del hotel en busca de un taxi que nos llevara al Aeropuerto Marco Polo es cuando más apretaba la lluvia. Fue un visto y no visto, pero suficiente para que tuviéramos que darnos unas carreras con las maletas.
Al llegar al aeropuerto nos enteramos que nuestro vuelo a Londres iba con retraso. Al final el retraso no fue tanto y poco después de las doce del medio día aterrizamos en Gatwick. Un tren, varios metros y un paseo más tarde llegamos al hotel que habíamos reservado por Paddington.
Nada más entrar al hotel nos llevamos una grata sorpresa porque uno de los mayores atractivos para Miguel en Londres era ir a ver un partido de la Premier y en la misma recepción nos facilitaron la posibilidad de acceder a un par de entradas. No desperdiciamos la oportunidad. Miguel se puso contentísimo.
Pepi no estaba tan contenta al ver que nuestra habitación cuádruple estaba en una segunda planta sin ascensor, ascendiendo por una empinada y estrecha escalera enmoquetada, y que además no había aire acondicionado (algo que ya sabíamos desde que hicimos la reserva porque en Londres normalmente no es necesario), pero las predicciones eran que iba a hacer bastante calor y para colmo el baño era minúsculo.
Eran casi las cuatro de la tarde cuando salimos del hotel. El navegador me decía que estábamos a 1,3 millas hasta la hamburguesería en Marylebone, Honest Burguer, cerca de Oxford St, que es el lugar que yo había mirado desde casa para comer ese día, algo cercano y rápido. Así que ligeritos fuimos hacia allí. Londres nos esperaba y había mucho que ver.
Oxford un viernes por la tarde no podría estar más que abarrotada. Así fue. Los ojos de los niños estaban como platos. Autobuses rojos de dos plantas circulando con el sentido cambiado. Las bocanas de las estaciones de metro por las que fuimos pasando se tragaban y escupían a la muchedumbre. Las singulares cabinas de teléfono. Con el día soleado Bond Street y Oxford Street era un hervidero. Cruzamos por el SoHo que estaba animadísimo. Carnaby street parecía una feria. Yo quise acercarme a la llamativa tienda de Jack White, Third Man Records, en Marshall street, pero estaba cerrada. En Londres tienen unos horarios muy raros. Puedes comer a cualquier hora pero sólo comprar discos hasta las seis.
Fuimos por la curvilínea Regents Street en dirección a Piccadilly Circus. Creo que es una de las mejores formas de llegar al centro de Londres. Habíamos pasado de los canales de la piccola Venezia a las transitadas calles de la Big City en cuestión de pocas horas.
Siempre hay gente delante de la escultura de Eros. Piccadilly un punto de reunión muy común en Londres. Supongo que la inmensa pantalla en la esquina es un buen reclamo. A una sociedad arrodillada delante de la televisión, la espera frente a la publicidad puede suponer un alivio. Que sea un cruce de caminos y que tenga estación de metro seguro que también ayuda.
Bajamos por la teatral Haymarket y giramos en Pall Mall hacia The National Gallery y Trafalgar Square. Allí le conté mi batallita a los niños de que o me había subido sobre el león del monumento al almirante Nelson. La torre georgiana de St Martin in the Fields puede servir de ejemplo diferencial entre la arquitectura italiana y la británica.
Continuamos nuestro recorrido junto a la estatua Ecuestre del Charles I hacia los edificios gubernamentales de Whitehall: Scotland Yard, el edificio del Ministerio de Defensa y por supuesto Downing Street donde pudimos ver a la guardia real. Los niños estaban pendientes de la inmovilidad de los guardas custodiando el acceso, en cambio, yo recordaba la de veces que vi a Margaret Thatcher, la mujer de hierro, o la icónica foto de Winston Churchill abandonando la número 10 de Downing Street con la mano levantada haciendo el símbolo de la victoria.
Al final de la calle, en el Parliament Square Garden está la imponente escultura de Winston Churchill, y a pocos metros la de Mahatma Gandhi, dos grandes personajes de la historia, ambos luchadores por la paz. Descansamos brevemente sentados en la plaza, con un ojo en la Abadía de Westminster y el otro en el Big Ben, que estaba recientemente remozado y como disfrutábamos de un día soleado el Big Ben estaba resplandeciente como un totem azteca, y como si un embrujo o magnetismo divino nos atrajese nos dirigimos hacia él. Las vistas desde Westminster Bridge sobre el Támesis o el Thames, hacia el Palacio de Westminster es impresionante, una de las más icónicas vistas de Londres.
Decidimos volver junto al Támesis en dirección a la National Gallery que, como era viernes, tenía sus puertas abiertas hasta las 21:00. La mayoría de los museos de Londres son de acceso gratuito, lo que es una costumbre y una apuesta por la cultura muy a elogiar. Así que aprovechamos que era gratis y que cerraba tarde para hacer una visita rápida. Aún así, tuvimos tiempo para disfrutar de obras de Turner, Veronese, Degas, Cezanne, Gauguin, Rembrandt, Vermeer, Van Gogh, Picasso o algún paisaje veneciano de Canaletto, que al menos yo, una vez que ya has estado en Venecia, contemplé de otra forma.
Estábamos cansados, el día había comenzado muy temprano cargando con el equipaje bajo la lluvia en Venecia, y ahora acabábamos de salir de la National Gallery, Así que cogimos el metro en Charing Cross y salimos en la estación de Paddington, junto al hotel. Quisimos ir a un pub, pero nos dijeron que por la noche no se puede acceder con niños, así que fuimos a un local típico donde sirven Fish & Chips y eso me pedí. Un final muy british para acabar el día.
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