jueves, 18 de agosto de 2022

Venecia día 3

El tercer día nos dimos algo de descanso, nos permitimos despertar media hora más tarde y desayunamos con más tranquilidad que los días anteriores. El desayuno era maravilloso, la verdad. Cerca del hotel había un mercado de abastos y nos acercamos a curiosear los productos y los precios. Uno comprende que realmente uno no ha abandonado el Mediterráneo cuando ve las mesas de pescados expuestos.

En el autobús y en los transportes públicos italianos aún había que ponerse mascarillas. Nos resultaba raro ir todo el día sin ellas y luego ponérselo para los transportes. Ese día teníamos previsto visitar Basílica de San Marcos y, para llegar pronto, decidimos coger el vaporetto frente a la estación de tren. Llegamos a eso de las 10:30 y por la larga cola que encontramos comprobamos que no fuimos los únicos con la misma idea. 

Estuvimos casi cuarenta minutos de cola para acceder, y Sofía estaba indignada, no tanto por la cola sino porque le hicieron comprarse un pañuelo para taparse antes de acceder a la Basílica. No querían que nadie eclipsara en belleza el interior del edificio y por eso a ella y a su madre le "aconsejaron" que se tapara.

La palabra que define la basílica es impresionante. Una obra maestra la mires por donde la mires. Distinta a todas. Bizantina y veneciana, occidental y oriental, los mosaicos dorados, los retablos esmaltados, sus mármoles orientales, los capiteles góticos, el oro como símbolo de poderío. Hay cabida para todo en la basílica. Nada queda fuera de ella, es historia viva del arte, pero también es parte de nuestra historia. Alejandría, Constantinopla, Grecia, Roma, el cristianismo, las cruzadas, los saqueos, Napoleón, el medievo, el antiguo testamento, el gótico florido, el románico, todo, pero sobre todo: Venecia.

Pudimos acceder a las terrazas, sí, la basílica tiene terrazas, una principal hacia la plaza y otra hacia el Palacio Ducal y el Adriático. En medio, omnipresente, los casi cien metros del Campanile. Allí Galileo Galilei (siempre me gustó este nombre) le enseñó al dux en el 1609 su telescopio. Bertini hizo un fresco de ello. La historia se ha detenido mucho entre estos canales.

Abandonamos la basílica con Stendhal siguiéndonos los pasos, y decidimos coger un vaporetto que nos llevara a otra basílica, en este caso a una mucho menos abarcadora, San Giorgio Maggiore, aunque para no sentirse envidiosa también tiene su campanile.

Un pequeño trayecto de pocos minutos es lo que hay desde San Marcos a San Giorgio Maggiore. Del continuo rumor turístico al remanso de paz apartado. Ni que decir que también tiene como mínimo sus cinco siglos de historia y sus obras maestras, aunque Napoleón se llevó desde su refectorio a París el óleo de Las Bodas de Caná, obra de El Veronés, que afortunadamente pude ver en su momento en el Louvre. Las vistas desde San Giorgio a San Marcos las podrían cobrar de lo bellas que son.

Regresamos en vaporetto, pero esta vez nos bajamos en la parada frente a la estación de ferrocarril, rodeando así Venecia. Subimos al Ponte degli Scalzi, donde es inevitable no parar a mirar el canal. La fachada de la Chiesa di Santa Maria di Nazareth estaba recién restaurada y aún mantenía andamiaje en su fachada lateral hacia la estación, que aunque le afeaba un poco no le restaba belleza para como admirar su belleza.

Eran casi las tres y ya iba tocando la hora de llenar el depósito. Observé a un par de gondoleros entrar en un bacaro que estaba abarrotado. Pregunté en un rústico italiano de principiantes si había mesa libre y nos dijeron que si esperábamos unos pocos minutos no habría problema.

Bacaro significa algo así como tasca, bar y suelen ser sitios donde es fácil encontrar lo que aquí llamamos pinchos o tapas y ellos llama cicchetti. Así que en el Bacaro de Cip & Ciop hicimos nuestra parada y posta. Como era de esperar comimos estupendamente y a un precio nada disparatado. Ya lo dijo Cervantes en boca de su hidalgo Don Quijote: allá donde fueres, haz lo que vieres.

Aún nos quedaban cosas por hacer esa tarde y fuimos a la Scuola Grande di San Rocco, no hacía falta ir corriendo pero tampoco entreteniéndonos porque había que estar antes de que cerraran. Llegamos justo a tiempo porque el último acceso era a las cinco. La fachada ya es imponente, el edificio es espectacular, la escalinata admirable pero la Sala Grande es directamente asombrosa. Comenzando por el suelo con mármoles de distintos colores formando representaciones geométricas, pasando por la iluminación de la sala con enormes candelabros y terminando por toda la decoración general con obras de Tintoretto. Si eres un amante de Tintoretto éste es el lugar. Yo me saturé, no podía pararme en los detalles, ir obra a obra, imposible, estaba preso del conjunto, cautivado por la visión general de la sala. No tenía tiempo ni ganas de saltar a las obras. Estaba detenido en la totalidad y con eso me sobraba. 

Dejamos el resto del día para pasear, perderse, dejarse llevar. Un jardín en Ca' Dolfiin, una plaza con su pozo, un puente sobre las góndolas, una fachada de ladrillo visto, la piedra enmarcando las ventanas, los cierres venecianos de madera pintada. Qué divertido tendría que haber sido ser niño en Venecia y jugar al escondite, al pilla pilla entre canales. ¿Se puede sentir nostalgia de algo no vivido?

Pasamos junto al campanile di San Polo y fuimos a despedirnos de Rialto, pasear junto al Gran Canal, estaban desmontaban los puestos de pescados del mercado junto al Campo Bella Vienna. Nos sentamos en un muelle a contemplar la elegante fachada de la Ca'd'Oro. Nos llegaban los olores a las especias del mercado. ¿Sería muy distinto el olor del mercado de cuando Marco Polo recorría la ruta de la Seda?

Nos quedaba poco tiempo por Venecia. Era nuestro último día. No me había ido aún y ya quería volver. Hay tantas cosas que ver, hay tanto por descubrir. Nos fuimos yendo entre satisfechos y tristes hacia la estación de autobuses en Piazzale Roma. Desde el Ponte della Costituzione nos despedimos con los pies destrozados de Venecia, aunque en mi caso, algo de ella se vino conmigo.

Todavía el día nos tenía reservada otra sorpresa. Llegamos al hotel en Mestre, y fuimos a cenar a la pizzería da Pino, que nos recomendó la recepcionista del hotel. Quizás la mejor pizza que me tomé en mi vida la tomé allí esa noche, que se dice pronto. Dimos un pequeño paseo y nos tomamos un gelato de despedida antes de regresar al hotel, recordando entre todos muchos de los recuerdos que nos llevábamos como recompensa en la mochila de nuestra memoria. Dándonos cuenta lo mucho que habíamos caminado, pero también lo mucho que habíamos vivido.

Nos despedimos de Venecia desde Mestre, pues teníamos que hacer las maletas que mañana cogíamos el vuelo de vuelta. Oh, espera, de vuelta no, que el viaje continuaba.

Ciao Venezia.


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