viernes, 19 de junio de 2020

Por fin en Málaga

La desescalada se ha ido realizando poco a poco, primero por tramos horarios y distancias, abriendo y expandiendo cada tramo horario incluso más allá de lo esperado. Todos estábamos locos por poder dar un paseo, poder bajar andando al centro, estirar las piernas más allá de las paredes de una vivienda, especialmente los niños que no salían ni a tirar la basura, ni a hacer ningún tipo de compra. A veces eran ellos los que más pena me daban, pero luego comprendes que peor aún era para nuestros mayores, que se encontraron  de un día para otro confinados a un callejón sin salida, donde la oscuridad no ofrece apenas esperanzas.

Pero hay que tirar hacia delante, hay que mirar al horizonte con la confianza de que todo esto pasará, porque todo pasa, o esa es la ilusión que abrazamos.

Al final nos abrieron las puertas, nos solicitaron con prudencia mantener distancia social, usar mascarillas en sitios cerrados, extremar las precauciones con nuestros mayores y respetar las normas con responsabilidad. Encontrar mascarillas no fue sencillo y guantes tampoco. Poco a poco se fue informando que con un cuidado lavado de manos los guantes no eran tan necesarios en la vida cotidiana. Tuvimos que usar las mascarillas más a menudo de la que todos hubiéramos deseado pero poco a poco se pudo abrir un poco la mano con las restricciones.

Primero fueron los paseos por el barrio, después Miguel y la patineta, luego la bicicleta, ver el amanecer en la playa, cientos de videollamadas, deportes dentro de casa, mucho parchís, series de tv, teletrabajo, pero el tiempo vuela. Aniversarios, cumpleaños, felicitaciones en casa, más videollamadas.

 Pero un buen día, aprovechamos una de las más holgadas aperturas de puertas para visitar Málaga. La capital. Fuimos un miércoles, para evitar cualquier tipo de aglomeraciones. Paseamos por el centro histórico, por la preciosa la calle Larios, pasamos por la plaza de la Merced, el Teatro Romano, la Alcazaba e incluso picamos algo para cenar en la terraza de Casa Lola y para acabar el día, un helado en Casa Mira. Nos pareció casi como hacer un viaje extraordinario. Mirábamos con avaricia monumental, como si quisiéramos retener cada detalle de la jornada porque no sabíamos cuando podríamos volver.


Pd: Esta fue casi la primera ocasión que el coche nuevo salió de Fuengirola.


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