Una de las visitas que más ilusión me hacía de realizar en este viaje era la que nos esperaba ese día: la Cueva de Altamira. Habíamos leído que en verano, y especialmente en agosto, se creaban largas colas para acceder a la cueva, por lo que decidimos ir bien temprano. Desayunamos en el bar-cafetería que hay justo debajo del hotel, y sin demorarnos fuimos directos hacia la cueva.
Una de las razones por la que elegimos nuestro hotel en Santillana del Mar en parte fue por su cercanía a la Cueva de Altamira. En cinco minutos en coche nos plantamos en la entrada de la cueva. No habían abierto aún y ya había unas pocas personas haciendo cola en las taquillas. Accedimos a la exposición casi de los primeros. Apenas tuvimos que esperar.
Antes de acceder a la cueva disfrutamos de una exposición muy interesante sobre la historia alrededor de la Cueva de Altamira: ¿cómo la encontraron? ¿cómo era el entorno y estilo de vida en el paleolítico? ¿qué comián? ¿cómo se relacionaban? ¿practicaban la agricultura? Todas esas preguntas te las van contestando en paneles y vídeos explicativos antes de entrar a la Neocueva.
Antes de acceder a la cueva disfrutamos de una exposición muy interesante sobre la historia alrededor de la Cueva de Altamira: ¿cómo la encontraron? ¿cómo era el entorno y estilo de vida en el paleolítico? ¿qué comián? ¿cómo se relacionaban? ¿practicaban la agricultura? Todas esas preguntas te las van contestando en paneles y vídeos explicativos antes de entrar a la Neocueva.
La Neocueva es una especie de copia de la cueva, respetando las dimensiones, de como era la cueva en el Paleolítico Superior, cuando aún estaba habitada antes del derrumbe que selló la entrada principal de la cueva, hace la friolera de 13.000 años. En la Neocueva realizas un recorrido por el interior acompañado de un guía que va poco a poco explicando distintos aspectos de la vida en el Paleolítico, y especialmente ayuda a identificar las pinturas al llegar a la Gran Sala de Policromos, también conocida como la Capilla Sixtina del arte rupestre. Bisontes, caballos, ciervos pintados sobre la piedra, y no pintados de cualquier manera, sino en perspectiva, con volumen y contornos definidos, y todo esto hace miles de años, con la escasa iluminación de una antorcha de tuétano, con cuatro palos y materia prima natural, tierra, carbón vegetal, grasa, sangre... Un artista autodidacta del paleolítico. ¿El primer artista? Sólo puedo decir que ese hombre sabía lo que se hacía. Ya fuera para ritos de fertilidad, o bien preparación para la caza o por significado religioso, sea para lo que fuese que pintase, sólo puedo rendirme a su talento y darle las gracias. Pocas cosas nos diferencian más a los humanos con el resto de seres vivos que la expresión artística.
Abandonas la cueva como empequeñecido, comprendiendo que somos la evolución de miles de años, el resultado de cientos de generaciones evolucionando desde unos pocos que fueron poblando la tierra, luchando por la vida día a día, hasta convertirnos en la plaga que hoy somos.
Después de visitar la tienda de la cueva y comprar algunos recuerdos -había algunos realmente atractivos-, nos dirigimos al Parque de la Naturaleza de Cabárceno. ¡Espectacular! Visita recomendadísima especialmente si vas con niños.
Cabárceno es una especie de zoo en semilibertad, algo parececido al Selwo que visitamos en 2015, pero aquí la visita se realiza en coche, o al menos gran parte en coche, casi como un safari. El parque de Cabérceno es enorme, te puedes pasar todo el día allí viendo animales y no verlo todo. Solamente recordando los primeros animales que se me vienen a la cabeza puerdo recordar que vimos elefantes (con cría divertidísima incluida), avestruces curiosos, jirafas, gorilas y chimpancés (alguno tomando biberón), cebras, búfalos, linces, panteras, tigres, leones y sobre todo osos. Había una gran cantidad de osos en el mismo recinto. Unos treinta más o menos, los contamos pero ahora no recuerdo bien. No paran, siempre en movimiento. Es impresionante.
Además el parque del Cabárceno cuenta con un teleférico que une las distintas partes del parque y te permite pasar sobre las parcelas donde están los animales y verlos desde más cercanía. A Pepi le daba un poco de vértigo y cuando apretó el viento aún más, pero fue divertido. Los niños lo pasaron en grande. Otro atractivo más del parque es la naturaleza del parque, un entorno precioso, altas montañas, las vistas, vegetación abundante y todo muy bien presentado. En mitad del parque había una zona de restauración donde almorzamos dignamente.
Poco antes de que cerraran las puertas del parque salimos y regresamos a Santillana del Mar. Llegamos con buen tiempo para pasear aún de día. Lo primero que encontrarmos junto a nuestro hotel fue el Convento de San Ildefonso, donde viven religiosas Clarisas que se ocupan de una repostería allí mismo y compramos algunas pastas típicas. Holgazaneamos a paso lento por calles empedradas, admirando las fachadas con sus balcones de madera abarrotados de flores, incluso con probamos algo típico cántabro: un vaso de leche acompañado con un sobao pasiego. En una de las muchas tiendas de productos regionales nos trajimos algunos sobaos pasiegos para la familia.
Un gran ambiente abarrotaba las calles, aunque se puede decir perfectamente que Santillana del Mar es casi una calle y media, no más. Preciosa, eso sí, pero una calle y media. Alrededor de la calle principal, que va desde la entrada del pueblo hasta la Colegiata de Santa Juliana. Todo lo que existe está ya alrededor de esa calle.
Una vez regresado del viaje creo que fue un acierto ubicar nuestro alojamiento en Santillana del Mar. Es un lugar precioso, cargado de historia, muy bien comunicado y con un sinfín de restaurantes y calles preciosas para pasear hasta el final del día. Casi plenamente peatonal por lo que el paseo es doblemente agradable.
Al oscurecer en la tarde de agosto, con los pies cansados, lo que apetecía era dejarse llevar por el olor que nos llegaba desde los fogones de la cocinas invitándonos a ocupar mesa en alguno de los acogedores salones de comidas que abundan en el pueblo. Al final nos decidimos por una terraza, pues la noche es lo a que invitaba. Cenamos estupendamente, todo sea dicho. El descanso de ese día lo merecíamos todos.
Abandonas la cueva como empequeñecido, comprendiendo que somos la evolución de miles de años, el resultado de cientos de generaciones evolucionando desde unos pocos que fueron poblando la tierra, luchando por la vida día a día, hasta convertirnos en la plaga que hoy somos.
Después de visitar la tienda de la cueva y comprar algunos recuerdos -había algunos realmente atractivos-, nos dirigimos al Parque de la Naturaleza de Cabárceno. ¡Espectacular! Visita recomendadísima especialmente si vas con niños.
Cabárceno es una especie de zoo en semilibertad, algo parececido al Selwo que visitamos en 2015, pero aquí la visita se realiza en coche, o al menos gran parte en coche, casi como un safari. El parque de Cabérceno es enorme, te puedes pasar todo el día allí viendo animales y no verlo todo. Solamente recordando los primeros animales que se me vienen a la cabeza puerdo recordar que vimos elefantes (con cría divertidísima incluida), avestruces curiosos, jirafas, gorilas y chimpancés (alguno tomando biberón), cebras, búfalos, linces, panteras, tigres, leones y sobre todo osos. Había una gran cantidad de osos en el mismo recinto. Unos treinta más o menos, los contamos pero ahora no recuerdo bien. No paran, siempre en movimiento. Es impresionante.
Además el parque del Cabárceno cuenta con un teleférico que une las distintas partes del parque y te permite pasar sobre las parcelas donde están los animales y verlos desde más cercanía. A Pepi le daba un poco de vértigo y cuando apretó el viento aún más, pero fue divertido. Los niños lo pasaron en grande. Otro atractivo más del parque es la naturaleza del parque, un entorno precioso, altas montañas, las vistas, vegetación abundante y todo muy bien presentado. En mitad del parque había una zona de restauración donde almorzamos dignamente.
Poco antes de que cerraran las puertas del parque salimos y regresamos a Santillana del Mar. Llegamos con buen tiempo para pasear aún de día. Lo primero que encontrarmos junto a nuestro hotel fue el Convento de San Ildefonso, donde viven religiosas Clarisas que se ocupan de una repostería allí mismo y compramos algunas pastas típicas. Holgazaneamos a paso lento por calles empedradas, admirando las fachadas con sus balcones de madera abarrotados de flores, incluso con probamos algo típico cántabro: un vaso de leche acompañado con un sobao pasiego. En una de las muchas tiendas de productos regionales nos trajimos algunos sobaos pasiegos para la familia.
Un gran ambiente abarrotaba las calles, aunque se puede decir perfectamente que Santillana del Mar es casi una calle y media, no más. Preciosa, eso sí, pero una calle y media. Alrededor de la calle principal, que va desde la entrada del pueblo hasta la Colegiata de Santa Juliana. Todo lo que existe está ya alrededor de esa calle.
Una vez regresado del viaje creo que fue un acierto ubicar nuestro alojamiento en Santillana del Mar. Es un lugar precioso, cargado de historia, muy bien comunicado y con un sinfín de restaurantes y calles preciosas para pasear hasta el final del día. Casi plenamente peatonal por lo que el paseo es doblemente agradable.
Al oscurecer en la tarde de agosto, con los pies cansados, lo que apetecía era dejarse llevar por el olor que nos llegaba desde los fogones de la cocinas invitándonos a ocupar mesa en alguno de los acogedores salones de comidas que abundan en el pueblo. Al final nos decidimos por una terraza, pues la noche es lo a que invitaba. Cenamos estupendamente, todo sea dicho. El descanso de ese día lo merecíamos todos.