Hace cosa de un mes la Liga de fútbol estaba prácticamente decidida salvo sorpresa tremenda de última hora. El Barcelona se paseaba por los estadios con soltura, multiplicando en el casillero puntos de tres en tres. Daba una sensación poderosa, de equipo grande, que podría marcar una época. Arriba un tridente magnífico, en el centro un equilibrio exquisito de toque, vigor y seducción, atrás la suficiencia necesaria. No se necesita más. Se respiraba una especie de aire de imbatibilidad. Se auguraban récords, un triplete y una alineación que se aprenderían con placer los aficionados.
Todo eso fue hace un mes. La tremenda sorpresa inesperada asomó la cabeza. La sensación poderosa de equipo solvente, el equilibrado reparto de papeles y el tridente de lujo se esfumaron durante unos pocos partidos. Un empate en campo del Villarreal, derrota en casa contra el Real Madrid, eliminados en Champions por el Atlético de Madrid -con remontada incluida-, derrota en San Sebastián, una perceptible sensación de cansancio, sin ninguna capacidad de reacción. Ayer, para colmo, perdieron en casa contra el Valencia, en unas de las peores temporadas históricas del Valencia (1-2). Un desastre.
Quedan 5 jornadas. El Barcelona, sin ningún tipo de distracciones europeas, mantiene la primera posición en el coliderato con el Atlético de Madrid, pero las sensaciones no son buenas. El Atlético de Madrid está inmerso en las semifinales de Champions, y golpea con fuerza jornada tras jornada. El Real Madrid está un punto por detrás de los dos y también sigue en la lucha por alcanzar el gran premio europeo. No está ofreciendo un juego preciosista pero está ganando a base de goles de sus atacantes.
Pase lo que pase, el final de temporada va a ser de vértigo.
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