viernes, 18 de septiembre de 2015

Valladolid

Valladolid era un destino destacado en nuestro viaje, incluso habíamos dejado un día completo para descubrila, pero al mismo tiempo también iba a ser una parada de descanso porque lamentándolo mucho llegaríamos un lunes, y los lunes siempre se encuentran un buen número de museos cerrados. Nos hubiera encantado eliminar el lunes de nuestro viaje pero cuando el viaje dura más allá de una semana es algo que no está a nuestro alcance. Así que resignación.

Nuestro primer punto de interés turístico, después de  aparcar el coche por el centro, que lo nuestro nos costó, era la Catedral de Valladolid, que es -a mi juicio- exageradamente grande, inmensa a pesar de estar inacabada. Pero cuando uno está enfrente de la Catedral, sin querer se le distrae la mirada en busca de La Iglesia de Santa María la Antigua. La torre románica terminada en pirámide de teja dan un aire singular a la iglesia del siglo XII. La iglesia está construida en distintos estilos arquitectónicos pero el resultado es elegante y atractivo. A mí me enamoró a primera vista. Ninguno de los dos templos católicos estaba abierto y es que se unía que además de lunes también era agosto. Una lástima. En cualquier caso rodeamos ambas para llevarnos un recuerdo más completo.

En la parte trasera de la Catedral, en una zona que daba la impresión de estar algo descuidada, está el Museo Diocesano, que también estaba cerrado, y enfrente la Universidad con una estupenda fachada barroca. Como la universidad sí estaba abierta (debía ser periodo de matrículas) entramos aunque sólo fuese para contemplar la majestuosa escalera que encontramos en la entrada. En la plaza que hay justo delante de la universidad se encuentra una estatua en honor al que es considerado la figura máxima de la literatura española, Don Miguel de Cervantes Saavedra.

Desde allí nos dirigimos hacia la Plaza Mayor, pero de camino pasamos por delante de la Parroquia de San Salvador a la rodeamos y seguidamente cruzamos por el Pasaje Gutiérrez, dando un distraído rodeo, porque durante unos minutos habíamos perdido completamente el norte y nos costó hallar el pasaje. Como bien es sabido que eso de perderse tiene sus inconvenientes y no hay inconveniente que no tenga su ventaja, en nuestro deambular sin rumbo por las callejuelas del centro nos cruzamos con una zona en la que se concentraban varias librerías con muy buena pinta. Me quedé con la matricula. En el interior del pasaje se estaban llevando a cabo unas obras en uno de los locales que lo deslució bastante.

Por la Plaza de Fuente Dorada accedimos por una calle peatonal a la Plaza Mayor, donde está el Ayuntamiento. La Plaza Mayor es bastante amplia y en el centro hay un engalanado monumento al Conde Pedro Ansures, repoblador de Valladolid. El Ayuntamiento recuerda a los edificios herrerianos del centro de Madrid.

Desde la Plaza Mayor, por la Calle de Santiago, se llega directamente al paseo de Zorrilla, frente al Parque del Campo Grande, a cuya entrada hay colocada una magnífica estatua del vallisoletano José Zorrilla. Allí también se encuentra el imponente edificio de la Academia de Caballería frente a una no menos imponente fuente. Giramos nuestros pasos justo hacia el otro sentido en busca de la Casa de Cervantes, que según me informo vivió en Valladolid durante seis años, pero como ya era de esperar también estaba cerrada.  Proseguimos nuestra visita en sentido a la Plaza de España, donde había un mercadillo. Curioseamos unos minutos y continuamos nuestro paseo por la Calle Duque de la Victoria, para después girar por la Calle Platerías, en cuyo final está la Iglesia de la Vera Cruz.

Nuestra próxima parada era la Iglesia de San Pablo, cuya fachada gótico isabelino es sencillamente sensacional. Los primeros pasos del renacimiento ya estaban dados. No pudimos entrar. Nuestra idea de visitar el claustro se esfumó. Todavía intentamos visitar la casa de José Zorrilla, pero nos encontramos con otro cerrojazo, de manera que decidimos regresar al centro, donde cerca de aquellas librerías le echamos el ojo a un bar con una terraza agradable. En esta ocasión no tuvimos suerte con la elección, pero al menos yo me traje un recuerdo de una de aquellas librerías tan atractivas que habíamos visto al principio del día.

Después del almuerzo regresamos al hotel, pues como ya dije al principio de la entrada, ese día tocaba descansar y por esa razón elegimos un hotel con piscina. Mi santa y los niños se fueron a darse un baño, pero yo me eché una poderosa siesta que me sirvió para recargar completamente mis energías. El volante amodorra mucho y si bien ellos pueden dar una cabezadita, yo no me lo puedo permitir.

El resto del día fue así, de descanso. Los niños lo necesitaban y a nosotros tampoco nos vino mal. Salimos por la noche a cenar a un McDonalds que había cerca del hotel -no todo iban a ser lechazos- y nos acostamos tan pronto como pudimos. Todavía nos quedaban algunas visitas y varios días intensos por delante.


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