Nuestro segundo día amaneció frío aunque bastante menos nublado que el día anterior. Desayunamos en el hotel y fuimos hacia Cuatro Postes, que era una de esas fotos que no queríamos dejar pasar de Ávila, pero como en todo camino siempre hay una piedra en la que tropezar, nuestro primer susto del viaje fue escuchar un ruido extraño por la parte delantera del coche, por la rueda de mi santa y copiloto. Paramos el coche y miramos y oímos con atención, pero no fuimos capaces de averiguar qué era lo que sonaba. Cuando el coche estaba detenido no se escuchaba, pero en cuanto circulaba se hacía evidente y más repetitivo conforme más rápido rodábamos. Mi santa insistía acertadamente que lo mejor era llevarlo a un garaje, si podía ser Toyota mejor, y que allí unos profesionales le echaran un vistazo. Por delante teníamos alrededor de 2.000 km esperándonos y no era plan de viajar todo el rato con la mosca detrás de la oreja.
En el garaje Toyota de Ávila los mecánicos subieron el coche en la elevadora y lo inspeccionaron por abajo, pensando que tal vez algo estaba suelto o enganchado y que podía ser lo que sonaba al andar, pero lo que encontraron fue un buen chinarro incrustado entre el estriado del neumático. Fue extraerlo y el coche rodar como la seda. Todo fue eso, una piedra en el camino. Respiramos aliviados y proseguimos nuestro viaje. Les dimos las gracias a los mecánicos pues no nos quisieron cobrar nada por la inspección y continuamos más contentos que unas pascuas.
Este contratiempo nos retrasó pero no nos hizo cambiar de planes, de manera que continuamos hacia Cuatro Postes, a las afueras de Ávila, un lugar apartado que ofrece desde una posición elevada una privilegiada visión de la ciudad amurallada de Ávila
Después de comprobar que la vista era incluso más hermosa de lo que imaginábamos, continuamos nuestro viaje hacia nuestro siguiente destino: Segovia.
En Segovia aparcamos en una plaza triangular de la Calle Santa Isabel, desde la que se tenía una vista recortada del acueducto de Segovia al final de la calle. No era la parte alta y voluminosa del acueducto que estamos acostumbrados a ver en las postales, pero impresionaba ver una edificación con semejante longitud, ocupando la parte principal de toda una calle.
Los niños quedaron verdaderamente impresionados por el gran tamaño del acueducto. ¡Es gigante! - decían. Pero no teníamos tiempo que perder y tan pronto como nos hicimos unas fotos desde todos los bellos ángulos que imaginamos, continuamos subiendo por la empinada calle Juan Bravo, pasando por delante de la original Casa de los Picos y también frente al mirador que hay justo antes de llegar a la Casa de los Picos. Pocos metros más adelante nos detuvimos frente a la Iglesia de San Martín, para contemplar su bonita arquitectura y la originalidad de sus arcos. Contemplamos con deleite el entorno completo de la Iglesia, con el Torreón de Lozoya y la victoriosa escultura a Juan Bravo que preside la plaza. Continuamos subiendo calle arriba y nos detuvimos en el Café La Colonial. Yo necesitaba un café y los niños ir al baño y beber agua.
Nada más sentir retomadas las ganas de continuar nuestra visita seguimos hacia la Plaza Mayor, desde donde se observan magníficas perspectivas de la gótica Catedral de Santa María, conocida por la Dama de las Catedrales. Bella como pocas. Esta vez no entramos a visitarla porque Pepi y yo ya la habíamos visitado en una visita anterior y también porque esta visita a Segovia debía ser un pequeño recordatorio para nosotros y un breve primer contacto para los niños, aunque el tiempo se nos iba echando encima y al final no fue tan breve como teníamos prevista.
Continuamos nuestra visita por la Calle Marqués del Arco hacia la Plaza de la Merced, donde está la coqueta y bella Iglesia de San Andrés. La rodeamos junto al parque y continuamos hasta llegar a la Plaza de la Reina Victoria Eugenia, donde la mirada se detiene en el fondo, donde sobresale orgulloso el Alcázar de Segovia, uno de los edificios más bellos que conozco. A Sofía le encantó. A Miguel sin embargo le atrajo más cuando en la entrada de la plaza tropezamos con un centinela imperial de la guardia romana que nos dio el alto, y tras negociar con él, adecuamos pagar unos pocos sestercios y los niños posaron firmemente armados para una foto con él. Fue muy divertido y a los niños les gustó.
Desde la misma plaza, mirando por el tajo de la derecha, pudimos ver la Iglesia de la Vera Cruz, que poco después, en nuestra salida en coche de Segovia, contemplamos desde bastante más cerca.
Deshicimos nuestros pasos y dejamos Segovia en dirección a Carbonero El Mayor, donde en el Mesón Riscal reservamos mesa para almorzar. El lugar es conocido por la carne de buey que sirve y a Miguelito le hizo mucha ilusión ver que en una de sus mesas había comido Iker Casillas. La carne de buey a la piedra fue todo un descubrimiento para los niños, y un deleite para los mayores, o al menos para mí, que la disfruté enormemente. Eso de hacer la carne a la piedra en la misma mesa les llamó mucho la atención. Comimos estupendamente.
Nuestra siguiente parada prevista era Peñafiel. Cuna del buen vino y del buen lechazo. Visitamos el centro de Peñafiel y la Plaza del Coso, que estaba preparada para las fiestas locales, que se celebrarían en los días siguientes. Por eso en la mitad de la Plaza del Coso había instalado un ruedo en su interior. Desde detrás de la barrera se disfrutaban de unas estupendas vistas del castillo de Peñafiel, al que no subimos porque íbamos apretadillos de tiempo, de manera que regresamos al coche que estaba aparcado junto a la Iglesia de San Miguel Arcángel y continuamos nuestro itinerario.
El cielo fue nublándose a cada minuto, y conforme nos acercábamos a Burgos comenzaron a caer las primeras gotas. Aparcamos en la misma puerta del hotel para bajar las maletas pero justo en ese instante caían chuzos de punta y decidimos dejar el equipaje en el maletero hasta que escampase y subimos a la habitación primero.
Tan pronto como parecía que caería el diluvio paró de llover. En cuanto dejó de llover subimos las maletas a la habitación y, sin perder un segundo, bajamos en coche al centro, que aunque estaba a pocos minutos a pie desde el hotel, no nos fiábamos del tiempo.
Aparcamos en el centro, en el parking bajo la Plaza Mayor, ya había anochecido y estábamos bastante cansados. Aún así sacamos fuerzas y paseamos hasta la catedral para quedar impresionados por su estirada belleza gótica. La rodeamos completamente y buscamos un sitio donde picar algo para cenar. En la calle Diego Porcelos está la Cervecería Morito, de la que habíamos leído buenas críticas por Internet y allí nos metimos. Estaba de bote en bote pero tuvimos suerte y pillamos una mesa. Picamos unas tostas, unas patatas bravas y por supuesto morcilla de Burgos y alguna cosa más. Todo exquisito. Miguelito en cuanto llenó la panza comenzó a dormirse. Así que regresamos al hotel sin perder el tiempo pues ya tocaba descansar. Habíamos tenido un día muy largo y al día siguiente teníamos previstas otras muchas visitas. Fue un día verdaderamente inolvidable.
Los niños quedaron verdaderamente impresionados por el gran tamaño del acueducto. ¡Es gigante! - decían. Pero no teníamos tiempo que perder y tan pronto como nos hicimos unas fotos desde todos los bellos ángulos que imaginamos, continuamos subiendo por la empinada calle Juan Bravo, pasando por delante de la original Casa de los Picos y también frente al mirador que hay justo antes de llegar a la Casa de los Picos. Pocos metros más adelante nos detuvimos frente a la Iglesia de San Martín, para contemplar su bonita arquitectura y la originalidad de sus arcos. Contemplamos con deleite el entorno completo de la Iglesia, con el Torreón de Lozoya y la victoriosa escultura a Juan Bravo que preside la plaza. Continuamos subiendo calle arriba y nos detuvimos en el Café La Colonial. Yo necesitaba un café y los niños ir al baño y beber agua.
Nada más sentir retomadas las ganas de continuar nuestra visita seguimos hacia la Plaza Mayor, desde donde se observan magníficas perspectivas de la gótica Catedral de Santa María, conocida por la Dama de las Catedrales. Bella como pocas. Esta vez no entramos a visitarla porque Pepi y yo ya la habíamos visitado en una visita anterior y también porque esta visita a Segovia debía ser un pequeño recordatorio para nosotros y un breve primer contacto para los niños, aunque el tiempo se nos iba echando encima y al final no fue tan breve como teníamos prevista.
Continuamos nuestra visita por la Calle Marqués del Arco hacia la Plaza de la Merced, donde está la coqueta y bella Iglesia de San Andrés. La rodeamos junto al parque y continuamos hasta llegar a la Plaza de la Reina Victoria Eugenia, donde la mirada se detiene en el fondo, donde sobresale orgulloso el Alcázar de Segovia, uno de los edificios más bellos que conozco. A Sofía le encantó. A Miguel sin embargo le atrajo más cuando en la entrada de la plaza tropezamos con un centinela imperial de la guardia romana que nos dio el alto, y tras negociar con él, adecuamos pagar unos pocos sestercios y los niños posaron firmemente armados para una foto con él. Fue muy divertido y a los niños les gustó.
Desde la misma plaza, mirando por el tajo de la derecha, pudimos ver la Iglesia de la Vera Cruz, que poco después, en nuestra salida en coche de Segovia, contemplamos desde bastante más cerca.
Deshicimos nuestros pasos y dejamos Segovia en dirección a Carbonero El Mayor, donde en el Mesón Riscal reservamos mesa para almorzar. El lugar es conocido por la carne de buey que sirve y a Miguelito le hizo mucha ilusión ver que en una de sus mesas había comido Iker Casillas. La carne de buey a la piedra fue todo un descubrimiento para los niños, y un deleite para los mayores, o al menos para mí, que la disfruté enormemente. Eso de hacer la carne a la piedra en la misma mesa les llamó mucho la atención. Comimos estupendamente.
Nuestra siguiente parada prevista era Peñafiel. Cuna del buen vino y del buen lechazo. Visitamos el centro de Peñafiel y la Plaza del Coso, que estaba preparada para las fiestas locales, que se celebrarían en los días siguientes. Por eso en la mitad de la Plaza del Coso había instalado un ruedo en su interior. Desde detrás de la barrera se disfrutaban de unas estupendas vistas del castillo de Peñafiel, al que no subimos porque íbamos apretadillos de tiempo, de manera que regresamos al coche que estaba aparcado junto a la Iglesia de San Miguel Arcángel y continuamos nuestro itinerario.
El cielo fue nublándose a cada minuto, y conforme nos acercábamos a Burgos comenzaron a caer las primeras gotas. Aparcamos en la misma puerta del hotel para bajar las maletas pero justo en ese instante caían chuzos de punta y decidimos dejar el equipaje en el maletero hasta que escampase y subimos a la habitación primero.
Tan pronto como parecía que caería el diluvio paró de llover. En cuanto dejó de llover subimos las maletas a la habitación y, sin perder un segundo, bajamos en coche al centro, que aunque estaba a pocos minutos a pie desde el hotel, no nos fiábamos del tiempo.
Aparcamos en el centro, en el parking bajo la Plaza Mayor, ya había anochecido y estábamos bastante cansados. Aún así sacamos fuerzas y paseamos hasta la catedral para quedar impresionados por su estirada belleza gótica. La rodeamos completamente y buscamos un sitio donde picar algo para cenar. En la calle Diego Porcelos está la Cervecería Morito, de la que habíamos leído buenas críticas por Internet y allí nos metimos. Estaba de bote en bote pero tuvimos suerte y pillamos una mesa. Picamos unas tostas, unas patatas bravas y por supuesto morcilla de Burgos y alguna cosa más. Todo exquisito. Miguelito en cuanto llenó la panza comenzó a dormirse. Así que regresamos al hotel sin perder el tiempo pues ya tocaba descansar. Habíamos tenido un día muy largo y al día siguiente teníamos previstas otras muchas visitas. Fue un día verdaderamente inolvidable.
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