
Mientras la serie transcurre, la cabeza no para de dar vueltas conectando lo que acaba de suceder con lo que esperas o sospechas que pueda pasar. Por muy rápido e intuitivo que uno sea conectado datos y acontecimientos, al final siempre queda sorprendido por el desenlace final en cada capítulo y admirado de que el resultado es mejor de lo esperado. Un final bien cerrado pero al mismo tiempo lo suficientemente abierto a distintas posibilidades, para que todo, o casi todo, pueda suceder, incluso lo que ni sospechas.
En esta tercera temporada ha pesado más la acción y la intriga que el drama psicológico, que en mi opinión podría haber sido demasiado pesado y reiterativo. Se le han añadido nuevos personajes -nuevas posibilidades- y también nuevos escenarios. Así, mientras la serie va avanzando, todo va a más, se amplían las opciones, la trama se complica, se multiplican las alternativas, pero de vez en cuando, un tiro en la cabeza, una bomba desde un dron o un arresto parecen ir allanando el camino y también aclarando el sentido del final, hasta que de pronto, en cuestión de un minuto, todo cambia. Así es Homeland. No pienso esperar mucho en ver la cuarta temporada.
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