La dificultad por encontrar el tiempo libre para leer muchas veces agota la expectativa de la propia lectura. Se hace tan complicado y dificultoso a lo largo de un día apartar las distracciones y acabar las tareas pendientes de realizar que, una vez conseguido, tras mucho esfuerzo, cuando por fin uno se sienta en el sofá a última hora de la jornada con un libro entre las manos, con la intención de disfrutar de una lectura placentera, comienza a darse cuenta que el sueño -maldito canalla- va paulatinamente raptando nuestra conciencia y en apenas tres o cuatros páginas después de haber empezado nuestra lectura, tan largamente deseada, ya ha sido quebrada y fulminada y uno siente crecer interiormente una rabia incontenible.
Tanta lucha y tanta energía empleada en despejar de tareas las últimas horas del día, con el fin de disfrutar de una lectura anhelada, y comprobar que todo se va al traste porque el sueño gana su terreno y obliga a los párpados a echar su cierre y acabar así de un plumazo todas las expectativas volcadas en ese momento íntimo de sosegada calma.
Pero nos resistimos y creemos que aún podemos vencerlo y minutos más tarde, tras un intento inútil, despertamos algo atontados, con el libro caído y con el cuello estirado hasta el límite de sus posibilidades, al borde de una tortícolis que probablemente arrastraremos los días siguientes casi como un castigo o una penitencia por nuestra falta de autoconocimiento y por no saber lidiar con nuestras propias limitaciones, una vez más.
En ese momento es cuando uno finalmente comprende que ya ha perdido, que la posibilidad de leer esa noche es simplemente imposible, y que no queda más remedio que admitir lo evidente. El sueño se ha tragado todas aquellas palabras por leer y sólo queda rendirse a la aventura inconsciente del sueño profundo... admitiendo la derrota pero, al mismo tiempo, y con una especie de voluntad incorruptible, sintiéndose dispuesto a levantarse para al día siguiente presentarse en la próxima batalla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario