Cuando vi la película Fargo de los hermanos Cohen hace ahora casi veinte años, me encantó. La serie con el mismo título, que anoche terminamos de ver mi santa y yo, me ha gustado incluso más. Son guiones completamente distintos, historias crudas y sangrientas las dos, pero que poco más tienen en común salvo el gélido escenario de fondo en el invierno nevado del estado de Minnesota y el toque personal de los Cohen.
En una serie a lo largo de diez capítulos, de algo menos de una hora cada uno, se puede desarrollar mucho más una historia y también se le puede brindar a los personajes características que no se alcanzan a desarrollar tan detalladamente en un metraje normal de película. En las series uno llega a conocer tanto a los personajes que puede incluso intuir sus reacciones, adivinar cuales serán sus siguientes pasos y eso, en realidad, lo que logra es que uno esté más metido en la serie.
Lorne Malvo es en la serie de Fargo un heterogéneo cruce de psicópata reflexivo, asesino a sueldo, ángel de la guarda y justiciero por azar, que está increíblemente bien interpretado por el peculiar Billy Bob Thorton. Es un personaje tan impredeciblemente desmedido y alocado, que uno no sabe qué es lo que pasa por su mente en ningún momento. Y sólo escucharlo hablar con un camarero mientras toma una taza de café puede ser una escena verdaderamente inquietante y perturbadora.
La segunda temporada de la serie está programada para el próximo otoño, así que no nos queda más remedio que esperar hasta entonces para continuar una serie que ha ido absorbiendo nuestros últimos días. La serie la hemos visto en versión original, algo que recomiendo a todo el mundo porque está verdaderamente bien interpretada.
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