Escribió Miguel de Cervantes en boca de Sancho Panza que "no hay camino tan llano que no tenga un tropezón o barranco", y yo, a veces con fortuna y otras con no tanta, he comprobado cuan cierta es esa cita. En nuestro viaje todo estaba yendo sobre ruedas y los niños estaban portándose como unos auténticos campeones. El hotel, sobre el que teníamos ciertas dudas, resultó ser más que aceptable, tanto la habitación, el desayuno bufet, como su localización dentro de la ciudad. Además, el clima, siempre tan aleatorio e imprevisible en cualquier viaje, especialmente en una capital como la belga y en el mes de diciembre, nos estaba respetando. No nos había llovido ni una sola gota y la temperatura no había bajado por debajo del nivel de bienestar para unos turistas acostumbrados a las temperaturas del sur de España. Pero como todo no pueden ser buenas noticias ni puede haber camino sin tropezón, ese lunes había convocada una huelga en los transportes públicos (trenes, autobuses, tranvía y metro), es decir, tan sólo nos quedaban la opción de los taxis y la buena costumbre de un ratito a pie y otro caminando.
La noticia no nos pilló de sorpresa, ya que veníamos advertidos desde España -es lo que tiene esto de Internet- y por eso decidimos ir a Brujas el día anterior, domingo, y también porque el fin de semana los trenes cuestan casi la mitad. Además, como en toda Bélgica los lunes cierran casi todos los museos y también la mayor parte de las atracciones turísticas principales, habíamos pensado dejar el último día de nuestra estancia en Bruselas para patear el centro de la ciudad, pero antes no nos podíamos marchar si visitar el Atomium.
De manera que tras el desayuno bufet y un largo paseo en taxi llegamos al
Atomium, que abre los 365 días del año y que era la primera escala del día que teníamos prevista. La visita del
Atomium la tomamos con tranquilidad y bastante pachorra, la verdad. Hicimos fotos hasta hartarnos, y comenzamos a temer que en cualquier momento se pondría a llover, pues el cielo empezaba a oscurecer la mañana con voluminosas nubes grises.
La gigantesca presencia del
Atomium sorprendió mucho a los niños y estaban encantados con la posibilidad de subir hasta la esfera más alta de todas. Les encantó la visita.
Al terminar cogimos un taxi y nos dirigimos a la
Catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas, un edificio gótico verdaderamente impresionante de más de cinco siglos de antigüedad, en la que un par de días antes de nuestra llegada había tenido lugar el entierro de
Fabiola de Bélgica y aún quedaban arreglos florares por toda la catedral que embellecían si cabe aún más la visita. La recorrimos entera y admiramos con detenimiento las extraordinarias vidrieras que posee.
Desde la Catedral bajamos hacia el centro, deteniéndonos en las distintas tiendas de souvenirs que encontramos en el camino buscando algún recuerdo para traer a España. Llegamos hasta la
Rue de la Montagne, donde está el hotel de nuestra visita anterior, y decidimos almorzar en uno de los múltiples sitios que ofrecen
belgian frites y estupenda cerveza. De postre no tuvimos que pensar mucho. Un gofre en el puesto que está junto al Manneken Pis, que es uno de los puestos donde saboreamos los mejores gofres de nuestra visita anterior. Una parada obligada en nuestra visita a Bruselas.
De camino al
Manneken Pis nos recreamos de nuevo en la
Grand Place, en sus extraordinarias fachadas góticas y la recorrimos unas cuantas veces. Nos enredamos de nuevo por las tiendas de souvenirs hasta el momento de tomarnos un gofre. Un gofre para cada uno, cada uno a su gusto. Están riquísimos y eso que yo no soy mucho de dulces.
Después de tan azucarado postre pateamos los alrededores de la
Grote Markt, deambulando de un sitio para otro, casi vagabundeando, dejándonos llevar hacia la calle que nos entrara más por los ojos, hasta que encontramos una cafetería que hacía esquina con una gran cristalera y que parecía tranquila. Verdaderamente nuestros pies, y especialmente los de los niños necesitaban un descanso. La noche se nos echó encima allí.
No tenemos claro si la
Grand Place es más bella de día, cuando todos los detalles se pueden contemplar con nitidez, o por las noches, cuando la tenue luz indirecta sobre las fachadas acentúa el encanto casi mágico que encierra. A Sofía desde luego le gustaba más por la noche, durante el espectáculo de luces y sonido preparado especialmente para las fechas navideñas. Esa noche lo contemplamos en dos ocasiones. Una fue justo después de nuestro descanso en la cafetería, antes de ir a comprar algunos souvenirs.
Habíamos decidido no marcharnos muy tarde para el hotel porque al día siguiente, de madrugada, salía nuestro avión de vuelta a Málaga, de manera que aunque no teníamos mucho apetito fuimos a picar algo temprano, para adelantar la cena. Nos acercamos a la estatua de Jeanneke Pis, la estatua paralela al Manneken pis, una niña haciendo pipí, que está justo enfrente del templo de los cerveceros, el Delirium Café, con más de 2000 cervezas distintas. Pedimos un par de cervezas con un poco de queso y con eso echamos la cena. El ambiente del
pub era magnífico. El bar tiene varias plantas unidas laberínticamente con diversos salones para tomar cerveza, cada uno con su propio estilo. A los niños les gustó visitarlo.
Seguidamente callejeamos por la
Rue de Bouchers, que siempre encontramos abarrotada y envuelta en olores de cocina internacional, y finalmente llegamos de nuevo a la Grand Place, donde disfrutamos por última vez del espectáculo de luces y sonido que nos sirvió como colofón final y despedida a tan maravilloso viaje. Un viaje verdaderamente irrepetible.