A Milan Kundera lo leí por primera vez hace bastante tiempo (hablo de más de diez o quince años) cuando leí La insoportable levedad del ser, y pasado todo este tiempo, ahora, cuando intento recordar sobre el libro, me doy cuenta de que mi memoria es vaga y que desgraciadamente mantengo pocos recuerdos de aquel libro. Tan sólo algunos detalles y poco más.
Es decepcionante comprobar que uno va olvidando los libros que una vez leyó. Poco a poco, el olvido va ganando su batalla a la memoria y el tiempo, de la misma manera que una ola cubre la arena de la orilla, confunde los recuerdos y los arrincona en una especie de limbo de cosas olvidadas.
Afortunadamente, ocurre a veces que la mente, la memoria, o algún mecanismo que al menos yo desconozco, devuelve, aunque sea algo distorsionada, recuerdos a grandes rasgos. Hay veces que uno recuerda el final, especialmente si éste es impactante o llamativo, otras veces uno recuerda a un personaje, a veces uno odiado, otras uno amado. Existen recuerdos de todo tipo. Yo, por ejemplo, suelo recordar en muchas ocasiones la manera en la que comienzan los libros. No sé, será que me llama mucho la atención y por ello me fijo mucho. Pero de todos los recuerdos, hay uno que es del que más me fío de entre los pocos que mantengo y es que uno puede olvidar la portada, dónde lo leyó, el autor, el título, o la trama principal, o si tenía un final feliz o no, pero el más importante quizás de todos los recuerdos es el que se mantiene. Uno suele recordar si la experiencia fue o no satisfactoria. Si un libro le gustó o no.
Afortunadamente, ocurre a veces que la mente, la memoria, o algún mecanismo que al menos yo desconozco, devuelve, aunque sea algo distorsionada, recuerdos a grandes rasgos. Hay veces que uno recuerda el final, especialmente si éste es impactante o llamativo, otras veces uno recuerda a un personaje, a veces uno odiado, otras uno amado. Existen recuerdos de todo tipo. Yo, por ejemplo, suelo recordar en muchas ocasiones la manera en la que comienzan los libros. No sé, será que me llama mucho la atención y por ello me fijo mucho. Pero de todos los recuerdos, hay uno que es del que más me fío de entre los pocos que mantengo y es que uno puede olvidar la portada, dónde lo leyó, el autor, el título, o la trama principal, o si tenía un final feliz o no, pero el más importante quizás de todos los recuerdos es el que se mantiene. Uno suele recordar si la experiencia fue o no satisfactoria. Si un libro le gustó o no.
Esto es exactamente lo que me ocurre con La insoportable levedad del ser, del que no recuerdo muchas cosas y casi todas las que recuerdo parecen intrascendentes. Recuerdo, por ejemplo, que un personaje tenía un perro que se llamaba Karenin, o eso creo, y recuerdo también que el perro por alguna razón llamó mucho mi atención, al igual que Praga, una de las ciudades que aparecen en el libro. Ya ven que no tengo muchos recuerdos "prácticos" pero en cambio sí recuerdo que el libro me gustó, y de esto estoy seguro, y gracias a ese recuerdo hoy vuelvo a leer a Kundera, porque al terminar aquel libro me dije que algún día tenía que leer otro libro del autor checo, y gracias a ese recuerdo hoy publico esta entrada.
El libro de los amores ridículos es un libro que también me ha gustado, aunque puede que no tanto como aquel. En principio no era mi intención leerlo, pero fui a la biblioteca a devolver otros libros, sin ninguna intención de traerme otro libro, sólo iba a devolver, pues bastantes tengo ya en casa por leer como para acumular más, pero ocurre que como uno es curioso a la par que caprichoso, me acerqué a mirar muy por encima qué libros tenían por las estanterías, por curiosear, pero al encontrarme con el libro de Kundera -caprichoso que soy- decidí que ya era hora de cumplir aquel deseo de repetir con Kundera, de manera que aquí me tienen.
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