Suena el despertador y ya hace un buen rato que permanezco despierto en la oscuridad con los ojos abiertos. Abro el frigorífico para coger el tetrabrick de leche y me quedo un buen rato decidiendo si tomar o no leche para desayunar, y al final decido salir sin desayunar. Llego al destino en coche, y cuando aparco me doy cuenta de que no tengo que apagar la música porque ni siquiera la encendí, no la eché en falta después de haber estado conduciendo más de media hora. Abandono el coche en el parking y me siento desorientado, a pesar de que el camino lo repito casi diariamente. Un compañero me alcanza durante el camino y me cuenta que me ha estado llamando a grito limpio y que le ha escuchado todo el mundo menos yo. Lo siento le digo disculpándome, iba pensando en mis cosas.
Tomo asiento en el aula en el primer sitio que encuentro, contesto con monosílabos a prácticamente todo y absolutamente todo lo que los demás me cuentan me importa un pimiento. No es culpa suya, es responsabilidad mía. Todo. Todo me es indiferente, me resulta insignificante. Nada me importa. Tan sólo una cosa acapara completamente mi atención. No lo puedo evitar. Y es que nadie jamás me dijo que la vida iba a ser fácil, pero joder, tampoco tan dura.
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