Cuando el jazz llega con un ritmito pegadizo imposible de evitar, imposible de no seguir con los dedos o los pies y se hace a fuego lento, se vuelve dulzón y natural como miel en los labios. Cuando esto ocurre, se te mete en la cabeza y ya no lo puedes soltar, te agarra de la mano y te acompaña todo el día. Aquí lo pueden comprobar:
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