Último día en Florencia. Todo lo bueno se acaba. Mil cosas pendientes aún por ver, pero antes de comenzar una jornada intensa de patear la ciudad, fuimos a desayunar a una cafetería que habíamos visto en la otra esquina de la Chiesa di San Giovannino dei Padri Scolopi, a pocos metros del hotel. Todo estuvo bien, pero nos pareció algo cara. Es lo que tiene ir a desayunar a una cafetería cerca de la Piazza del Duomo, llamada Caffe' Firenze y que añade since 1922. Se veía venir, pero como a veces dice mi padre: por un gustazo, un trancazo.
Tras la clavada del desayuno fuimos al Mercato Centrale donde pudimos comprar algunos de los recuerdos que queríamos traer desde Florencia. Me encantan los mercados.  Trajimos imanes para todos, una sudadera para Sofía, una camiseta de la Fiorentina para Miguel, Pepi además se pilló un bolso que le gustó mucho y yo me traje un delantal. También trajimos unos cantucci, que son unas galletas de almendra típicas de la Toscana que habíamos probado en el hotel de Pisa donde nos pusieron una bolsita en la habitación como obsequio para poder degustarlas. Alrededor del mercado de Florencia hay montados muchos puestos que también venden de todo, hasta el punto en que parece más un bazar que un mercado.

Tras las compras en el mercado nuestra siguiente visita era la Basílica de San Lorenzo, pero en esta ocasión para ver lo que no pudimos ver el día anterior, como la Biblioteca Medicea Laurenciana, una de las bibliotecas más importantes  del mundo, especialmente por el valor de los manuscritos e incunables que conserva. La escalera del vestíbulo y la sala de lectura fueron diseñadas por Miguel Ángel. La sala de lectura es verdaderamente espectacular y el claustro no se queda atrás. Hay una vista estupenda desde el corredor exterior hacia la cúpula de Brunelleschi y el Campanile di Giotto. Aprovechamos el momento para hacernos unas fotos.

Continuamos nuestra visita por la Basílica, en la que dos jóvenes estudiantes de arte, que estaban aprendiendo español, nos mostraron el interior de la Basílica. La sacristía con las tumbas de Juliano y Lorenzo de Medici, con las esculturas de Michelangelo, el Día, la Noche, la Aurora y el Crepúsculo. También nos mostraron la cripta, donde está la tumba de Donatello. Me llamó la atención un fresco, el del Martirio del San Lorenzo, por Agnolo Bronzino (1569). Magnífico. Seguramente restaurado recientemente. Tenía un brillo y una viveza de colores especialmente llamativo. Una de las niñas pintadas en el fresco está mirando fijamente hacia el observador, es tan real que entran ganas de saludarla.
Tras la visita de la Basílica, antes de continuar visitando la ciudad, nos acercamos al hotel para dejar los regalos.  La siguiente parada prevista era el Ponte Vecchio, pero aún antes nos acercamos a la Piazza della Repubblica para contemplar con detenimiento el Arco di Trionfo y la Colonna dell'Abbondanza (columna de la abundancia) que originalmente estaba rematada por una estatua de Donatello hasta que cayó y fue reemplazada. Hoy día hay una réplica. Cuentan que la columna marcaba el centro exacto de la antigua ciudad romana de Florentia. En esta plaza, eminentemente comercial, están todas las marcas de ropa que mi presupuesto no me permite frecuentar.

A pocos metros de la plaza está la famosa Fontana del Porcellino, una fuente de bronce de un jabalí (la original la vimos el día anterior en la Galleria degli Uffizi). Es muy popular en Florencia, y hay una leyenda o tradición popular que si una vez frotado el hocico e introducido una moneda en la boca del jabalí,si al dejarla ésta cae por la rejilla de la pila, entonces volverás a Florencia. A mí me salió a la primera, a Pepi a la segunda. No sé si eso quiere decir que yo tengo más posibilidades de regresar que ella. Hay que añadir que el hocico brilla de lo pulido que está de las miles de monedas que frotan el morro del jabalí continuamente.
Del Ponte Vecchio hay que decir que no parece un puente, es más bien una calle que atraviesa el río Arno. Una calle abarrotada de turistas y tiendas. Paseamos por el puente mirando hacia arriba al Corridoio Vasariano, que es un corredor, o pasillo de aproximadamente 800m, que une el Palazzo Pitti (residencia de los Médici) con el Palazzo Vecchio (lugar de trabajo de los Médici). Habíamos podido visitarlo el día anterior, pero la entrada nos pareció cara y lo dejamos para otra ocasión. Tuvimos que estar atentos para encontrar un hueco para hacernos las fotos al río Arno desde el Ponte Vecchio.

Desde el Ponte Vecchio hasta el Palazzo Pitti no había pérdida. Sólo había de seguir recto. Una vez en la entrada, como no disponíamos de todo el tiempo del mundo, tuvimos que tomar decisiones aunque fueran dolorosas.  El cielo se había abierto a pesar de que se predecían ligeros chubascos y nos pareció acertado aprovechar la bonanza climática y nos animamos por visitar el Giardino di Boboli que tiene fama mundial de jardín renacentista y dejamos la visita al Palazzo para otra ocasión (nunca se sabe). 
Paseamos el Giardino di Boboli prácticamente entero. La visita es libre -no gratuita-, cada cual elige su recorrido, pero comienza junto al obelisco y la Fontana del Carciofo (s. XVII). En ese momento me acordé del estupendo libro de María Belmonte,  El murmullo del agua, de lo que ella comentaba sobre dejarse llevar, de buscar el sol o la sombra según apetezca, de olvidarse del reloj y disfrutar de los sentidos. Así hicimos. Paseamos sin rumbo fijo.
Por el jardín hay distribuidas estatuas de diversos estilos. La más famosa es la Fontana del Nettuno, pero una de las que más me llamó la atención fue una escultura de bronce, moderna, Tindaro screpolato. Un busto con rasgos griegos, de tamaño enorme, agrietado. Me gustó mucho. También me agradó la escultura de Pegasus, el caballo alado.
Pero no todo son esculturas por los jardines donde paseaban los Médicis, también hay grutas y casi que se puede afirmar que es un jardín botánico. Siempre que acudo a un jardín me pesa enormemente no tener suficientes conocimientos en cuestiones de botánica. Me encantaría reconocer los árboles, pero como urbanita que soy, poco puedo distinguir más allá de un limonero y un ciprés. Una pena. 
Rodeamos el Forte di Belvedere hasta la Villa Bardini, ubicada en la colina de Oltrarno, desde donde hay una estupendas vistas panorámicas de la ciudad de Florencia. Los jardines de la villa son también de varios estilos, tiene de especial que es tanto un jardín como un bosque un huerto con frutales. Y, aunque nosotros no pudimos disfrutarlo porque en febrero no florece, posee un espléndida pérgola de glicina. El cielo comenzó a oscurecerse y nos temíamos lo peor.

Descendimos colina abajo en busca de la casa de Galileo Galilei, que está casi a los pies de Oltrarno, aunque no es visitable, pero sirvió como curiosidad para completar nuestro recorrido por la vida del tan eminente figura del renacimiento. Eran más de las tres de la tarde y habíamos dado una buena caminata. Había que reponer fuerzas y para ello cruzamos el río Arno por el Ponte Vecchio dirección Osteria de'Cicalini. En una de las perpendiculares  que unen la Piazza della Signoria y la Piazza del Duomo. Era una recomendación del hotel, y habíamos curioseado por Internet y nos pareció un buen lugar para despedirnos de Florencia. Me pedí un risotto de champiñones y trufa que era una barbaridad. Pepi se pidió unos pici senesi al cacio e pepe. Todo estupendo.
Tocaba ir despidiéndonos de la ciudad de los talentos, pero Pepi no se quiso marchar sin tomar un último helado en Gelatarium, que es una heladería que nos pillaba de camino a hotel. Recogimos nuestras maletas, y nos dirigimos a pie hacia la Stazione Ferroviaria Santa María Novella, donde tomaríamos el tren en dirección a Pisa.
No tuvimos mucho tiempo en Pisa. Cogimos un taxi de la estación hasta el hotel. Soltamos el equipaje en la habitación y salimos para cenar algo, pero antes pasamos por la Piazza dei Miracoli. ¡Qué maravilla! Esta vez sin riesgo de lluvias. Otra vez casi la plaza para nosotros. Cenamos en la Trattoria Toscana. Pepi se pidió pizza y yo unos pappardelle que estaban para chuparse los dedos. De postre un tiramisú.
El viaje llegaba a su fin. Quedaba regresar al hotel, decirle adiós, o mejor un hasta luego a la preciosísima Piazza dei Miracoli. Ducharnos y descansar pues a la mañana siguiente tocaba madrugar, aunque antes disfrutamos de nuevo de un estupendo desayuno en el hotel y seguidamente pedimos un taxi que nos llevara al aeropuerto, donde cogimos un avión que nos trajo de vuelta a casa. Un viaje que seguro que permanecerá por siempre en nuestra memoria. ¡Gracias vida!
 
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