Es posible que lo más característico de las películas de James Bond sean sus inicios. Siempre inquietantes, siempre mostrando una catástrofe, un desastre inminente, un siniestro irreversible, algo imposible de resolver si no es por la participación de James Bond, que siempre acude raudo y veloz a su deber cuando lo llaman. Aunque en esta ocasión algo se complica porque es arrojado de un avión sin paracaídas. Poca cosa cuando tu nombre es Bond, James Bond.
Tras salir de Venecia, Bond viaja en Concorde a Río de Janeiro para un descanso y a la llegada a la suite presidencial del hotel no falta su vodka martini agitado a mano, el descanso parece asegurado pero pronto tendrá que ponerse de nuevo manos a la obra. El gigante asesino apodado Tiburón vuelve a enfrentarse al agente secreto que se las tendrá que ingeniar bien y en varias ocasiones para deshacerse de él.
En esencia James Bond siempre te ofrece lo que se espera de él: mucha acción, persecuciones en lanchas, en esta ocasión, por el amazonas, huidas en ala delta, luchas a puñetazos, con espadas, en definitiva, emoción a borbotones. Ah, sin olvidar que la banda sonora está a cargo de John Barry y la canción original Moonraker es interpretada por Shirley Bassey.
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