En nuestra tercera jornada en Santiago nos dimos un buen madrugón porque el día anterior nos habíamos estado informando sobre visitar el interior de la catedral y especialmente el Pórtico de la Gloria y nos avisaron que si no habíamos sido previsores y no teníamos cita previa la única posibilidad era estar en la taquilla de entrada bien temprano con la intención de poder conseguir entradas, aunque no nos prometían nada, al contrario, dijeron que era muy complicado, además a nosotros no nos valía visitarla a cualquier hora, ya que habíamos previsto quedar para almorzar ese mismo día con unos amigos.
No nos pilló de nuevas el asunto de las entradas diarias limitadas porque yo ya había tenido la intención de comprarlas por Internet, pero entre que no estuvimos seguros de qué día podíamos quedar con los amigos, y que estábamos pendientes del tiempo, para salir en coche el día que disfrutáramos de mejor tiempo, finalmente cuando intenté comprar las entradas ya estaban completamente agotadas. Pero como la esperanza es lo último que se pierde y somos de la opinión de a quien madruga Dios le ayuda, nos plantamos en la taquilla minutos antes de que abrieran. ¡Y sí! ¡Pudimos acceder! ¡Compramos los tickets, casi los únicos que quedaban para ese día y encima eran para ese mismo momento, en la primera visita guiada que estaba programada para ese día! ¡La suerte no sonrió una vez más!
Además de tener la suerte de poder acceder, el Pórtico de la Gloria había sido recientemente restaurado y lo cierto es que pudimos disfrutarlo enormemente. Si no lo han visitado les diré que bien merece la pena hacerlo. El pórtico en general es maravilloso. Lo explican paso a paso, zona a zona, figura a figura. Los apóstoles, los profetas, hadas, leyendas, animales,... es complicado explicar para mi limitado talento de comunicador una obra maestra tan mayúscula como el Pórtico de la Gloria. Pero la catedral no es sólo el Pórtico, también están sus torres, como la del reloj, la de la carraca, o la de las campanas, así como el altar mayor, el coro, la capilla mayor, el famosísimo botafumeiro y especialmente la cripta sepulcral donde se halla el sepulcro del Apóstol Santiago. Gran parte de perímetro del interior de la catedral se encuentran las distintas capillas, y también visitamos el claustro interior y unos balcones que poseen unas colosales vistas a la plaza del Obradoiro, que significaron para nosotros ya el colofón final a una visita enormemente gratificante.
Regresamos al hotel para coger el coche y pusimos rumbo a Padrón, una localidad interior a una media hora en coche desde nuestro hotel de Santiago. Aparcamos junto al mercado de abastos, con vistas al río Sar, que atraviesa Padrón. Pasamos por el paseo del Espolón y nos detuvimos a contemplar las esculturas a Rosalía de Castro y a Camilo José Cela, ambos escritores muy vinculados a la localidad. Paseamos por el centro del pueblo, muy bonito, con las edificaciones de piedra, todo en conjunto extraordinariamente cuidado. Cruzamos el puente en dirección a la Parroquia de Santiago de Padrón. En su interior está el Pedrón, que con el paso de los años dio nombre al pueblo, así como también un fabuloso púlpito de piedra.
Montamos en el coche camino a Villagarcía de Arosa donde habíamos quedado con unos amigos míos, que se acercaban desde Vigo. Quedamos en el restaurante que nuestro amigo había reservado, A Castelara.
Hacía tiempo que habíamos dicho de quedar, y finalmente lo conseguimos. Uno de los puntos fuertes de Galicia es sin duda la comida, pero para mí otro punto sobresaliente son sus gentes. Compartimos como entradas unas estupendas almejas de carril y unos calamaritos y como plato principal un arroz con zamburiñas para chuparse los dedos y un buen rato de conversación. Todo ello regado con un estupendo vino blanco gallego al que sólo me permití dar un sorbo, que es el precio que hay que pagar por conducir.
Nos acercamos a la Isla de la Toja todos juntos -bueno, en dos coches- atravesamos el puente (tanto Pepi como los niños se quedaron fritos en el trayecto) y dejamos los coches casi a la entrada. Paseamos junto al Atlántico camino de la curiosa y original Ermida de San Caralampio, con toda la fachada cubierta de conchas pintadas de blanco. Pasamos junto al casino de La Toja y tomamos un café en una terraza. Allí nos despedimos y regresamos a Santiago, de la que nos separaba poco más de una hora de carretera rodeada de bosque frondosos de un verde intenso.
Aparcamos el coche en el parking del hotel y bajamos otra vez al centro a ver la Catedral y el centro con iluminación nocturna. Miguelito decía que tenía hambre y picamos unas tapas en la Rúa do Franco, pero sólo él y yo, porque ni Pepi ni Sofía tenían hambre. Qué bien entró la Estrella Galicia. Regresamos al hotel, ducha y a descansar, que al día siguiente teníamos previsto bastante meneo.
Regresamos al hotel para coger el coche y pusimos rumbo a Padrón, una localidad interior a una media hora en coche desde nuestro hotel de Santiago. Aparcamos junto al mercado de abastos, con vistas al río Sar, que atraviesa Padrón. Pasamos por el paseo del Espolón y nos detuvimos a contemplar las esculturas a Rosalía de Castro y a Camilo José Cela, ambos escritores muy vinculados a la localidad. Paseamos por el centro del pueblo, muy bonito, con las edificaciones de piedra, todo en conjunto extraordinariamente cuidado. Cruzamos el puente en dirección a la Parroquia de Santiago de Padrón. En su interior está el Pedrón, que con el paso de los años dio nombre al pueblo, así como también un fabuloso púlpito de piedra.
Montamos en el coche camino a Villagarcía de Arosa donde habíamos quedado con unos amigos míos, que se acercaban desde Vigo. Quedamos en el restaurante que nuestro amigo había reservado, A Castelara.
Hacía tiempo que habíamos dicho de quedar, y finalmente lo conseguimos. Uno de los puntos fuertes de Galicia es sin duda la comida, pero para mí otro punto sobresaliente son sus gentes. Compartimos como entradas unas estupendas almejas de carril y unos calamaritos y como plato principal un arroz con zamburiñas para chuparse los dedos y un buen rato de conversación. Todo ello regado con un estupendo vino blanco gallego al que sólo me permití dar un sorbo, que es el precio que hay que pagar por conducir.
Nos acercamos a la Isla de la Toja todos juntos -bueno, en dos coches- atravesamos el puente (tanto Pepi como los niños se quedaron fritos en el trayecto) y dejamos los coches casi a la entrada. Paseamos junto al Atlántico camino de la curiosa y original Ermida de San Caralampio, con toda la fachada cubierta de conchas pintadas de blanco. Pasamos junto al casino de La Toja y tomamos un café en una terraza. Allí nos despedimos y regresamos a Santiago, de la que nos separaba poco más de una hora de carretera rodeada de bosque frondosos de un verde intenso.
Aparcamos el coche en el parking del hotel y bajamos otra vez al centro a ver la Catedral y el centro con iluminación nocturna. Miguelito decía que tenía hambre y picamos unas tapas en la Rúa do Franco, pero sólo él y yo, porque ni Pepi ni Sofía tenían hambre. Qué bien entró la Estrella Galicia. Regresamos al hotel, ducha y a descansar, que al día siguiente teníamos previsto bastante meneo.
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