domingo, 5 de mayo de 2019

Bob Dylan en casa

Bob Dylan no vino a actuar al salón de mi casa, pero casi. Vino a mi localidad, a Fuengirola. Venía de  actuar el día antes en Sevilla y se fue desde aquí seguidamente a Murcia. No era mi primer concierto de Dylan. La vez anterior lo vi en la plaza de toros de Málaga, la Malagueta, un 17 de abril de 1999. Recuerdo aquel concierto como uno de los conciertos con mejor sonido. Sonaba perfecto. También es cierto que yo estaba perfectamente situado en el mismísimo centro de grada frente al escenario.

Este año tomé las mismas medidas, centrado y a media altura frente al escenario. Con una puntualidad de lanzamiento espacial, y con una rigurosidad obstinada en contra del uso de los móviles dio comienzo el concierto. El sonido fue excelente, pero al ser la distancia más lejana y sobretodo el público con menor educación, no fue igual, en cambio vi a Dylan en muchísimo más en forma, o inspirado de lo que imaginaba. La banda que le acompañó era verdaderamente brillante. Cogen uno de sus clásicos, el que sea, le dan la vuelta, lo adornan, lo pintan, le ponen calzos, lo envuelven y te lo ponen delante. No te das cuenta de cuál es hasta que empieza a cantar, y a veces, si no te sabes la letra, aún tardas hasta el estribillo. ¿Una genialidad? ¿aburrimiento? ¿ganas de llamar la atención? ¿un juego? Quizás un poco de todo, pero a mí me encanta.

Teniendo en cuenta que el concierto que vi en el milenio pasado y éste, son de la misma gira, Never Ending Tour, -el título no lleva a confusión- es más que probable que le ha
ya dado tiempo a aburrirse de sus propios temas y que haya decidido, como distracción o juego, vencer ese aburrimiento con una genialidad, que es retorcer las canciones hasta casi hacerlas irreconocibles. Además ahora también traía un premio Oscar en su baúl de viaje y lo colocó sobre el piano. Pero todo no fueron giros instrumentales ni simetrías rítmicas, también hubo momento para ejecuciones perfectas. La interpretación de Scarlet Town me la llevaré a la tumba.

No quisiera dejar de escribir esta entrada sin comentar que las introducciones de las canciones, sin el famoso one, two three de los baterías, son maravillosos. A veces comenzaba el banjo, otras una guitarra que parecía estar afinando, a veces notas de piano sueltas, una maravilla.

La canción estaba andando, ya estaba sonando, pero no había terminado de arrancar, no habían entrado todos los instrumentos, alguno salía otro entraba, hasta que poco a poco, fue creciendo tanto que ya estaba yendo sola en su camino. Casi como cuando un niño aprende a andar. No había apenas silencio entre canción y canción, porque a veces algún instrumento se quedaba colgando en el tema anterior.

Por si se lo preguntan: sí, volvería ir a ver a Dylan sin pensarlo.


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