No habíamos aún deshecho la maleta de nuestra escapada en Barcelona y ya comenzamos a rehacerla para visitar Lisboa, en esta ocasión con la familia al completo y con María José, Francisco y Celia. La idea era bien sencilla: visitar todo lo que pudiésemos de Lisboa y alrededores y entre monumento y visita guiada asistir al NOS Alive, un festival en la cercana localidad de Oeiras en el que actuarían Pearl Jam, Jack White, Alice in Chains, The Last International y Franz Ferdinand entre otros. Sí, lo sé, Pearl Jam otra vez.
A Lisboa llegamos por carretera. El hotel estaba estratégicamente bien ubicado en el mismo centro de Lisboa, a escasos metros de la plaza del Rossío, de manera que lo aparcamos al llegar y lo sacamos al salir.
Una vez bien instalados en el hotel lo primero era ir a almorzar. Fuimos a un restaurante cerca de la Praça do Comércio. Después de rebañar concienzudamente el plato de arroz caldoso y liquidada una cerveza helada ya estábamos recuperados y dispuestos para coger el tranvía que nos llevaría de camino al Monasterio de Los Jerónimos en Belém. Era mi segunda ocasión en el Monasterio y la verdad es que no pondré ninguna pega si cuadra otra ocasión en la que volver. El Claustro es una obra de arte absoluta. En el interior del Monasterio están las tumbas de Vasco de Gama o de Fernando Pessoa.
Una vez terminada la visita del Monasterio de Los Jerónimos atravesamos la Praça do Império, contemplamos desde bien cerca el Monumento a los Conquistadores así como la Torre de Belém y el Puente del 25 de Abril, por el que habíamos llegado a Lisboa pocas horas antes.
Después de tan sugestiva visita decidimos descansar los pies y no hay mejor lugar para descansar los pies en Belém que delante de un café y un pastel de Belém, que es uno de los pasteles que más me gustan de todos los que he probado en mi vida, que se dice pronto. Se supone que son originarios del Monasterio pero hoy se venden en una concurridísima pastelería que lleva el nombre poco imaginativo de Pastéis de Belém, fundada en 1837 según reza en el toldo azul de la entrada. Regresamos en el tranvía hasta la Praça do Comércio y desde allí callejeamos admirando la cuadriculada distribución de las calles. Dimos unos cuantos rodeos a propósito alrededor del hotel, con el fin de reconocer la zona y tener situado un poco el plano de la ciudad en nuestras coordenadas mentales.
Lisboa en agosto y con un festival de música como el NOS estaba llena de gente, especialmente de gente joven. La noche fue cayendo sobre nosotros y el cansancio fue ganando terreno, principalmente en los pequeños. Tanto fue así que Miguelito se quedó dormido con la cabeza apoyada en la misma mesa donde había cenado en una hamburguesería en Rossío, y fue caminando sonámbulo, guiado por mis manos sobre sus hombros hasta la mismísima habitación del hotel, atravesando toda la Praça Figueira. De la mesa a la cama. ¡A la mañana siguiente cuando despertó no recordaba nada!
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