Hacía ya bastantes años que no visitaba Las Alpujarras. Unos meses antes unos amigos nos comentaron la posibilidad de visitarla juntos, y a todos nos pareció una estupenda idea, aunque lo cierto es que no nos venía muy bien porque estábamos algo apretados tanto de agenda como de economía, pero hicimos un esfuerzo y nos regalamos una escapada de dos noches. Nos alojamos en la Villa Turística de Bubión, en unos apartamentos de dos plantas bastante acogedores situados en la parte alta de la villa.
Para llegar a Bubión hay que atravesar una buena cantidad de precipicios y muchísimas curvas, pero bien merece la pena. Es increíble lo cercano que tenemos de casa unas montañas tan abruptas y llenas de vegetación. Si no fuera por las edificaciones típicas de los pueblos blancos, tan similares a las que tenemos cerca de nuestra localidad, parecería que estuviéramos visitando un país extranjero.
Estas escapadas son necesarias, casi que diría que obligatorias. O deberían serlo. Respirar el aire puro de la sierra, alejarse de la cotidiana costumbre de las facilidades de las tecnologías, disfrutar relajadamente de las páginas de un libro escuchando de fondo el susurro de la brisa en la copa de los árboles, con el acompañamiento del rumor de las fuentes o el suave discurrir de la corriente del río, y si a todo lo anterior, además, lo aderezamos con compañía agradable y estupendas viandas y alguna siesta. Poco queda por añadir.
Nada más llegar a Bubión, una vez aparcado y dejado el equipaje en la villa, fuimos a almorzar. De regreso en una pequeña tienda donde vendían jarapas y vestimenta diversa realizada con lana, así como multitud de artículos naturales, encontré casi en una esquina en el suelo, junto con un montón de libros, Al sur de Granada de Gerald Brenan. Me hice con ella. Fue una de esas alegrías tontas de la vida.
El segundo día decidimos visitar Capileira y nos acercamos a pie. Lo cierto es que están muy cerca los dos pueblos. En apenas media hora se realiza el trayecto, aunque nosotros tardamos un poco más porque fuimos asomándonos a los miradores y porque éramos seis adultos y cinco niños, y quieras o no te entretienes. Entretenerse era en realidad parte del encanto. En Capileira, mientras los demás descansaban tomando un refresco, Sofía y yo decidimos -o más bien Sofía me convenció- realizar la ruta de las 12 fuentes. No la hicimos completa, pero casi. Echamos un buen rato juntos.
Todo los recuerdos de estos días son agradables salvo un par. El primero fue el susto que nos dio Pepi al resvalar por las escaleras, que aunque no le sucedió nada grave, se hizo un moratón en el trasero del tamaño de un generoso chuletón de buey. Luego yo, para no ser menos, también me caí caminando por el arcén de la carretera de camino de vuelta de Capileira. Metí la pata donde no debía, nunca mejor dicho, y caí doblándome la muñeca y me hice varios rasguños, pero poca cosa. Aquí seguimos ofreciendo batalla.
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