En algún sitio leí que no había nada tan efímero y duradero como el tiempo. A todos nos pasa que alguna vez el tiempo se expande en el vacío de las horas, como cuando estamos esperando algo con gran expectativa y, por mucho que se acerque el momento, el instante se dilata hasta la eternidad. Sin embargo, esa misma medida de tiempo se disuelve (es mi caso) en las salas de las pinacotecas como la sal en el agua, el tiempo entonces es hirientemente fugaz. Luego puede que nada haya más relativo que medir el tiempo, pero a la vez pocas cosas conozco más constantes y seguro que nada más irreversible.
No sé si cuando llegue mi hora definitiva, el fin de mis horas -espero que aún lejana- seré consciente del fin. Preferiría no serlo, pero supongo, por lo poco que me conozco, que lo que me condenará más será pensar que desperdicié mis días, que pasé horas y días futilmente, pero es que claro, ¿cuál es la mejor manera de aprovechar el tiempo? Esta pregunta, a mi juicio, no tiene una respuesta cierta y única, es una pregunta capciosa, porque aprovechar el tiempo es dificilísimo y, al mismo tiempo, facilísimo. Hay quien aprovecha el tiempo echando una siesta y quien a lo mismo lo considera una pérdida de tiempo. A mí me pasan ambas cosas.
Es posible que lo más cercano que conozco a aprovechar el tiempo sea hacer lo que a uno le apetezca, pero hay tan pocas ocasiones para hacer realmente lo que a uno le apetece, sobretodo teniendo en cuenta que no siempre sabemos con seguridad qué es aquello que nos apetece. En contadas ocasiones tengo claro lo que me apetece. Más bien tengo claro lo que no me apetece que lo que sí. Es algo así como cuando llego a un restaurante y veo la carta. Es fácil descartar lo que uno no quiere, el problema llega después, cuando tienes que seleccionar entre los platos que te gustaría tomar. Al final me dejo llevar por la intuición, pito pito gorgorito, o por lo mismo que pida el que está acompañándome, no vaya a ser que yo me pida otro plato y luego le envidie el suyo. Que esa es otra. Después de comer, a veces piensas, quizá debí pedirme aquel otro plato que también tenía buena pinta. En fin, que no tengo arreglo.