Para la parte final de nuestro viaje por España dejamos lo que creiamos que era lo que más ilusión le haría a los niños, visitar el Parque Warner Madrid. No nos equivocamos.
No despertamos demasiado temprano ese día pues la noche anterior nos habíamos acostado algo más tarde lo que venía siendo habitual y como desayunábamos en el mismo hotel, pues no era necesario madrugar tanto. Nos pusimos ropa cómoda y deportiva para la ocasión y nos montamos en el coche en dirección al Parque Warner. Cuando los niños nos preguntaron que hacia dónde nos dirigíamos les contestamos que a un castillo y ellos tan anchos con nuestra respuesta no hicieron ni media pregunta más. Nos estábamos acercando por la carretera y muchos carteles señalaban el camino hacia la Warner, pero ellos no se percataban de nada y hasta que no estábamos en la mismísima puerta de acceso al parque temático no se dieron cuenta. ¡Vaya sorpresa que se llevaron!
Pasamos el día completo en el parque. Desde casi primera hora de la mañana hasta la última hora de la noche, cuando para finalizar lanzaron fuegos artificiales. No paramos nada más que para ver algún espectáculo y para almorzar. Prácticamente pasamos todo el día de un lado del parque para otro, riendo, disfrutando a pesar del calor, que era sofocante, pero como en el parque hay varias atracciones que son de agua, al montarte salías de ellas empapado y así se hizo más llevadero.
Al entrar compramos (aparte de la entrada) unas pulseras que servían de pases para evitar colas, que si bien no te evitaban todas las colas, al menos sí te la acortaban muchísimo. Los niños lo pasaron en grande y los mayores también disfrutamos lo nuestro. El regreso al hotel lo hicimos, como digo, a última hora y los niños cayeron en un sueño profundo desde la primera curva y aún habría que aparcar el coche, ir al hotel y bañarse antes de caer desplomados sobre la cama. La vida del turista, en ocasiones, es una auténtica paliza.
Para nuestro último día del viaje sólo programamos dos paradas. La primera era visitar de nuevo el Bernabéu, pero en esta ocasión visitar el museo y todas aquellas zonas que están habilitadas en el tour: los vestuarios, la sala de prensa, los banquillos, el área mixta, la salida al césped y especialmente las salas de trofeos, que a los niños los dejó boquiabiertos. Les encantó la visita. Para abandonar el Bernabéu es obligatorio pasar por la tienda (no hay atajo que lo evite) donde recogimos unas fotos que nos habíamos hecho antes con la Décima. Y también compramos un un balón oficial para Miguelito. El Bernabéu es una máquina perfectamente engrasada para sacar dinero.
Después de esta visita tan futbolera comenzaba el trayecto de retorno a casa. Tan sólo habíamos previsto una visita por el camino: Almagro, que está a poco más de dos horas desde Madrid.
Llegamos a Almagro por carreteras desoladas y aparcamos en una de las bocacalles de la Plaza Mayor de Almagro. Parecía una ciudad abandonada, completamente muerta. Lo primero fue contemplar brevemente la plaza mayor, pero inmediatamente después entramos en unos de los bares que en la misma plaza localizan su terraza. Entramos, digo, en el Bar El Gordo. Desde luego el hombre que nos atendió tenía una buena cintura.
Nada más terminar con los postres nos acercamos a visitar el Corral de Comedias, en cuyo precio de entrada se incluía la audioguía. Miguelito no pagó, y por eso tampoco nos facilitaron una audioguía para él, a pesar de que la pedí, para que no se me aburriera. Me dijo que no era posible. Uff pensé, ahora vamos a tener a Miguelito en el Corral de Comedias aburrido. Creo que subió las escaleras al palco como unas diez veces. Escaleras para arriba, escaleras para abajo. Creo que la mujer se arrepintió de no haberle dejado la audioguía. La explicación que se daba en el audio, por cierto, era interesante.
Paseamos por el centro y nos acercamos al Parador de Almagro, antiguo Convento de Santa Catalina. Allí tomamos un café antes de regresar al grisáceo asfalto del camino de vuelta. El viaje se acababa. Pocos kilómetros nos quedaban por descontar. Bueno, no tan pocos, unos cuatrocientos. Estábamos allí, en el parador de Almagro pero nuestras mentes ya bajaban camino de vuelta a casa. En realidad todos estábamos deseando llegar, pero al mismo tiempo nos daba una pena enorme acabar con este viaje. Paramos un par de veces en ventas de carretera, para hacer necesidades y para cenar. La noche nos envolvió en su boca de lobo. El coche no nos había dado ningún problema y todo había salido bien. No olvidamos nada en ningún hotel. Nadie se puso malo. Todo fueron buenas noticias. Un viaje que recordaremos el resto de nuestros días. Especialmente mi santa y yo.