Tras regresar del cultural y veraniego viaje que hice junto a mi familia por las Castillas de España, menos de dos meses después, el día 10 de octubre, en plenas fiestas de mi localidad, fui con mi cuñado Francisco a Barcelona, concretamente al último de los cuatro conciertos que U2 ofrecía en Barcelona, que fueron también los únicos de España.
Francisco es un gran fan de U2 desde sus imberbes orígenes hasta nuestros días. Es seguidor fiel como pocos. A mí la banda irlandesa también me gustan, y bastante, pero reconozco que no tengo una pasión tan febril como la suya. Escucho sus discos y los disfruto pero no llego a aprenderme todas letras y en ocasiones ni siquiera los títulos. Él, en cambio, compra casi todo lo que U2 publica desde hace décadas. Los sigue y los disfruta siempre que puede. Hace meses me comentó la posibilidad de ir a Barcelona a verlos, en un espacio más reducido como es el Palau San Jordi y no en un estadio de grandes dimensiones como las dos veces en las que yo los había visto anteriormente, en el Vicente Calderón. Él además de en esas dos ocasiones, si no me equivoco, los vio en Sevilla y en el Camp Nou, pero tampoco nunca los vio en un recinto reducido. A los dos nos agradaba la posibilidad.
Finalmente gracias a su implacable empeño y mejor hacer -dinero aparte- conseguimos un par de entradas para la cita. Añadimos un par de billetes de avión, un hostal económico y allí nos presentamos.
El concierto resultó formidable. No sé si decir que el mejor de los tres que ya he visto, pero sí el que he vivido más intensamente y desde más cerca.
Aterrizamos en Barcelona la misma mañana del concierto, y tras dejar las mochilas en el hostal, y sin prisas pero sin pausa llegamos a los aledaños del Palau. Compramos una camiseta cada uno y nos dispusimos a hacer cola. Casi dos horas después y una vez dentro del Palau San Jordi, nos situamos muy cerca de la pasarela que une el escenario principal con el escenario secundario y la verdad es que la situación fue un acierto. No pudimos disfrutar como era debido de la pantalla gigante que había sobre la pasarela, pero, en cambio, pudimos gozar de sentirnos en el mismo centro del concierto. Si te gusta la música y muy especialmente la música en directo, ver a una banda de rock desde la primerísima posición es un sentimiento indescriptible. Además de que, por circunstancias que no vienen al caso, gran parte del concierto, o al menos la parte animada del concierto, sucedió frente a nuestras narices.
Una vez finalizado el concierto, mientras bajábamos en nuestra salida del Palau hacia la Plaza de España, con una cerveza en la mano, me sentía contento por lo vivido, exultante por seguir acumulando experiencias, por añadir otra muesca más en el córtex de mi cabeza, reconociendo una vez más algo que ya sabía pero que no viene mal recordar, que no hay mejor forma de invertir el dinero que en sentimientos. Y la música en mi vida es puro sentimiento.
Pd: La foto de The Edge la hizo Francisco.
Una vez finalizado el concierto, mientras bajábamos en nuestra salida del Palau hacia la Plaza de España, con una cerveza en la mano, me sentía contento por lo vivido, exultante por seguir acumulando experiencias, por añadir otra muesca más en el córtex de mi cabeza, reconociendo una vez más algo que ya sabía pero que no viene mal recordar, que no hay mejor forma de invertir el dinero que en sentimientos. Y la música en mi vida es puro sentimiento.
Pd: La foto de The Edge la hizo Francisco.
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