Cuando el frío hiela hasta las ganas de salir es mejor quedarse en casa, agazapado y oculto, acomodado en el cálido bienestar del hogar. Sólo las obligaciones irremediables nos echan a la calle a combatir ese viento, que nos obliga a entrecerrar los ojos y a apretar los labios. Las manos guarecidas en los amplios y hondos bolsillos, el cuello achicado y los hombros levantados y encogidos, la espalda curvada hacia delante más de lo normal, como un intento de ovillarnos sobre nosotros mismos, como si pudiéramos asemejarnos a un caracol que se oculta en su concha.
A Marilyn Monroe le encantaban los abrigos largos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario