Ya comenté que estuvimos en Bélgica las pasadas navidades y que de allí me traje a todo lo largo del paladar un buen número de cervezas para presentarlas en este blog, que bien mirado me sirve como excusa perfecta para pimplar más cervezas de las que debería. Pero qué vamos a hacer si la vida son tres días y dos son nublados.
Así que voy a aprovechar que ayer me tomé dos buenos tubos de cerveza, y por tanto escribir esta entrada hoy no me produce un desasosiego completo, o al menos no muy frenético, y voy a contarles que en Bruselas, casi nada más aterrizar, con el tiempo justo después de hacer el check-in en el hotel y nada más soltar las maletas en la habitación, salimos (mi santa y los microbios) caninos por echarnos algo al pozo, y yo especialmente por derramar cerveza fresca por mis cañerías.
De manera que ni cortos ni perezosos nos metimos en el local más cercano que encontramos en la esquina inmediata junto al hotel. Una especie de híbrido entre bar y restaurante donde servían kebabs, hamburguesas, salchichas y patatas fritas. Y donde increíblemente no servían cervezas. Al principio creí que era broma, pero no. Era cierto. No tenían cervezas. Sin embargo yo me las apañé (tras consultarle al encargado) para salir a un ultramarinos que había en la esquina de enfrente y me traje una buena cerveza bien fresca.
Finalmente conseguí inaugurar mis cañerías en Bruselas con una La Chouffe, que es una cerveza belga rubia, con un considerable 8% de su volumen de alcohol. Entre sus ingredientes se encontraba la malta de cebada, el cilantro y el azúcar invertida -sea lo que sea eso- agua, lúpulo y levadura.
Era una cerveza fuerte, con abundante y densa espuma, con burbujas muy menudas y blancas, que a mí, en aquel preciso momento del día me supo divina. Y es que no hay nada para que una cerveza esté buena como las ganas de beberla.
Finalmente conseguí inaugurar mis cañerías en Bruselas con una La Chouffe, que es una cerveza belga rubia, con un considerable 8% de su volumen de alcohol. Entre sus ingredientes se encontraba la malta de cebada, el cilantro y el azúcar invertida -sea lo que sea eso- agua, lúpulo y levadura.
Era una cerveza fuerte, con abundante y densa espuma, con burbujas muy menudas y blancas, que a mí, en aquel preciso momento del día me supo divina. Y es que no hay nada para que una cerveza esté buena como las ganas de beberla.
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