Sefarad es la última novela de Muñoz Molina que he tenido el placer de leer. Porque leer a Muñoz Molina, digámoslo claro, es siempre un placer. A estas alturas no voy a descubrírselo a nadie, pero si hubiera alguien que aún, por casualidad, no lo conoce, pues desde este humilde y perezoso blog, le animo a que abra alguno de sus libros, cualquiera de sus últimas novelas es válida. Lo único que tienen que hacer es ponerse a leer. La novela hace el resto.
Decía Montaigne que hay obras que enseñan a vivir y a morir. Y estoy completamente de acuerdo con él, pero añadiría, si se me permite la osadía, que hay novelas que enseñan a estar vivo, en el más amplio sentido de la palabra. No sé si me explico. Sefarad es una de éstas.
Decía Montaigne que hay obras que enseñan a vivir y a morir. Y estoy completamente de acuerdo con él, pero añadiría, si se me permite la osadía, que hay novelas que enseñan a estar vivo, en el más amplio sentido de la palabra. No sé si me explico. Sefarad es una de éstas.
Sefarad es una novela que dobla las esquinas de la autobiografía, pasea por las aceras testimoniales de la reflexión histórica, cruza las calles desamparadas del exilio, de la huida, de la patria abandonada y llama a las puertas de las grandes novelas. De las grandes novelas de madurez, de las páginas que son vidas, de las vidas que son novelas, de las novelas que enseñan a sentirse vivo.
Creo haber leído que Muñoz Molina decía que Sefarad era una novela de novelas. Poco más puedo decir.
Creo haber leído que Muñoz Molina decía que Sefarad era una novela de novelas. Poco más puedo decir.
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