Durante el reciente fin de semana en Chiclana aproveché, lo mejor que pude, el tiempo tumbado en la arena de la playa y la hamaca de la piscina y después también en la cama de la habitación leyendo el libro Novecento de Alessandro Baricco. Una novela breve o más bien un relato largo, en forma de obra de teatro para un sólo actor, o quizás para un monólogo, qué importa, todo eso da igual, lo verdaderamente importante es que es una buena historia, bien contada, de una manera conmovedora y muy poética, con una pincelada fantástica, bastante romántica, pero no de un amor empalagoso, sino un amor a las atractivas circunstancias personales de la vida del protagonista. No puedo contar mucho más allá porque no me gusta destripar historias, sobretodo cuando es tan sencilla y a la vez tan intensa como ésta.
Me gusta la manera de escribir de Baricco. Sus idas y sus vueltas por las mismas ideas, con sus agudos golpes de humor, su melancólica mirada sobre el tiempo pasado, su musical estructura de diálogos, algo que francamente admiro.
Ya había leído anteriormente otro libro de Baricco, Seda, el cual me encantó, y que supuso la causa principal para que me comprase Novecento, porque cuando un libro me gusta, como en aquel caso lo hizo Seda, suele despertar mi interés en la obra del autor y casi que me obliga a leer otro título del mismo autor, fórmula que, dicho sea de paso, suele funcionarme bastante bien.
Ya había leído anteriormente otro libro de Baricco, Seda, el cual me encantó, y que supuso la causa principal para que me comprase Novecento, porque cuando un libro me gusta, como en aquel caso lo hizo Seda, suele despertar mi interés en la obra del autor y casi que me obliga a leer otro título del mismo autor, fórmula que, dicho sea de paso, suele funcionarme bastante bien.
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