Este fin de semana terminé de leer la tercera y última entrega de la mal llamada trilogía Tu rostro mañana. Esta tercera entrega, Veneno, sombra y adiós, que son los nombres de los tres capítulos que incluye -en total, los tres tomos de la novela, incluyen siete capítulos- es de entre las tres entregas, la más voluminosa, alcanzando más allá de las setecientas páginas y también es la que más me ha gustado, que es como afirmar que la parte final del total del libro es lo que más me ha gustado.
Cuando se publicó la primera parte de la novela, la compré con el convencimiento de que esperaría a que se publicara el resto para comenzar a leerla. En principio, si la memoria no me falla, se suponía que serían dos entregas, pero finalmente se extendió a tres, y, como ya tenía decidido, no comencé a leer la primera página hasta que se publicaron los tres tomos y yo los tenía a buen recaudo en casa.
Mi intención inicial era la de leer la novela de un tirón, pero cambié de idea conforme fue pasando el tiempo, y decidí espaciarlas, si bien no tanto como su publicación, al menos un tiempo considerable.
Ahora, una vez leída la novela, creo que es indiferente la forma de enfrentarse a ella, y quizás lo mejor hubiese sido haberlo hecho de un tirón, como con cualquier otro libro, pues para eso tenía a mi alcance las tres entregas. En cambio, lo que sí recomendaría, y he de decir que en realidad no tiene ninguna influencia práctica en la lectura de esta novela, es leer, antes de iniciar tan magna obra, la novela años antes publicada por Marías, Todas las almas, pues el personaje principal de ambas novelas es el mismo. Ya digo que no tiene relevancia, y que se entiende perfectamente e indiferentemente de si se ha leído con anterioridad o no, pero como yo soy un poco quisquilloso con estas cosas y me gusta ir por orden, entonces, consecuentemente así lo recomiendo.
Creo que a Marías le ha salido un libro muy redondo, y muy de su estilo, con pocos personajes, desarrollado en relativo poco tiempo, un par de años en total -puede que menos-, pero suficientes para que Marías luzca su adornada y plurilingüe prosa a lo largo de toda la novela. Varias veces he leído a Marías afirmar que utiliza algo que entiende que se puede definir como pensamiento literario. Pueden hacerse cargo de que en las cerca de mil seiscientas páginas en total apenas existen diálogos tal cual, aunque sí hay gran número de recuerdos de conversaciones o pensamientos, que es lo que supongo que Marías quiere decir con pensamiento literario.
Sólo puedo terminar citando a Cabrera Infante: “¡Ave Marías!”
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